No le quedaba alternativa. Tuvo que confesar cómo transfirió el dinero a Olivia, cómo logró sacar a Marcelo de la comisaría, y de qué manera les insinuó que buscaran a la abuelita de Estefanía. Al final, también soltó el escondite donde Marcelo mantenía a la anciana.
El hombre que recibió la información se marchó de inmediato, lanzando una amenaza antes de irse:
—Cuídala bien. Como diga una sola mentira, puede elegir: o la echamos al mar para que la devoren los tiburones, o se va de esclava a un lugar perdido donde nadie quiere estar. Que escoja lo que prefiera.
Después de eso, las luces se apagaron y todo se sumió en la oscuridad.
Ella trató de arrastrarse por el piso buscando un interruptor, pero fue inútil. Alcanzó a encontrar el apagador, pero la corriente ya estaba cortada.
El encierro, sin una pizca de luz, era tan agobiante que sentía cómo la desesperación le apretaba la garganta.
Si de verdad nadie volvía, si la dejaban ahí, sola y encerrada en ese cuartito, antes de morir de hambre terminaría perdiendo la razón.
Por fin.
Alguien entró.
No tenía idea de quién era, no lograba distinguir ni una silueta. Sólo recordaba el destello del reloj en la muñeca de esa persona y el aura que helaba la sangre.
Pero ya ni pensaba en eso. Se arrastró como pudo, casi rodando.
—¡Déjenme salir! ¿Encontraron a la señora? ¿Cómo está? ¿Sigue con vida? Por favor, déjenme salir. Yo sólo les dije dónde estaba la abuelita de Estefanía, sólo quería que se la llevaran y que Benicio dejara de estar obsesionado con esa señora. ¡Nunca quise que le hicieran daño! Se los juro... Si le pasa algo, la culpa es de los Navas, ¡no tiene nada que ver conmigo! ¡De verdad!
El miedo la ahogaba.
Temía que la abuelita de Estefanía hubiera muerto por las torturas, y que ese hombre de la camisa negra, en un arrebato de furia, terminara cumpliendo su amenaza de meterla a un barco.
Si la subían al barco, lo menos que le podía pasar era acabar de comida para los peces. Y esa idea de "irse de esclava a un lugar donde nadie quiere estar", eso no era un trabajo de verdad, era un infierno donde estaría mejor muerta...
Nunca había deseado con tantas ganas que la abuelita de Estefanía estuviera a salvo.
Suplicaba con el alma en vilo a quienes tenía enfrente.
—¿Ya la encontraron? ¿La abuelita de Estefanía está bien? Por favor, déjenme ir... Yo no quería hacerle daño, sólo...
—Llévensela —ordenó Mateo, seco.
Un par de guardaespaldas la cubrieron con un costal y la sacaron a rastras del sótano.
...
Hospital.
Estefanía ya había terminado de comer bajo la atenta mirada de Gilberto.
A un lado, Benicio pelaba una fruta. Apenas vio que ella terminaba, le acercó lo que había preparado.
—¿Quieres fruta?
Estefanía desvió la cara, negándose.
—Estefanía...
Benicio iba a insistir, pero el celular vibró en su bolsillo.
—Es Gregorio. Déjame contestar —dijo, y al ver el nombre en la pantalla, su expresión se relajó un poco.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...