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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 300

Benicio llegó al hospital, estacionó el carro y, con el termo de sopa bien sujeto, entró al edificio de hospitalización.

Sin embargo, apenas llegó al vestíbulo de los elevadores, antes de siquiera presionar el botón, varios hombres vestidos con camisetas negras lo rodearon. Todos altos, fornidos, con una presencia imponente que no pasaba desapercibida.

—¿Quiénes son ustedes? —Benicio se puso alerta de inmediato.

—Señor Benicio —le llamó uno de los guardaespaldas, con voz seca.

—¿Quiénes son y cómo saben mi nombre? ¿Qué pretenden? —replicó, desconfiando.

—Señor Benicio, por favor regrese por donde vino. Aquí no puede pasar.

—¿Ustedes? ¿Con qué derecho me van a impedir el paso? —Benicio alzó la voz, furioso—. ¿Qué, ahora se creen dueños del hospital? ¿Piensan que pueden hacer lo que quieran?

—Disculpe, señor Benicio. Hasta ahora solo hemos cumplido la voluntad de la familia de la paciente, que no quiere que la molesten mientras descansa —respondió el guardaespaldas, con una educación exagerada.

—¿La familia? ¿Ese tipo molesto que siempre está metiéndose en todo? ¿Quién se cree? ¿Con qué derecho? —Solo de pensar en el hombre que siempre encontraba cerca de Estefanía, Benicio sentía cómo la sangre le hervía.

—Señor Benicio, le sugerimos que cuide sus palabras. Nosotros hasta el momento nos hemos comportado con respeto, pero usted ya ha insultado y eso tiene consecuencias —advirtió otro de los hombres, mostrando los músculos tensos de sus brazos, listos para cualquier cosa.

—¿Qué pasa? ¿Ahora me van a golpear? ¡Vivimos en un país de leyes! —Benicio se giró, buscando una salida, pero el círculo se hacía cada vez más pequeño, los hombres cada vez más cerca. No sentía miedo, pero tampoco podía creer que a plena luz del día fueran capaces de hacer algo así.

El líder de los guardaespaldas contestó, con una sonrisa seca:

—No, señor. Nosotros tenemos educación y sabemos comportarnos. No haríamos nada delante de todos. —Pero el mensaje era claro, si hubiera que actuar, lo harían lejos de las miradas.

La muralla humana, todos de al menos un metro noventa, era imposible de ignorar. Por mucho que Benicio intentara, no había forma de pasar.

Aquel elevador, por ahora, estaba fuera de su alcance.

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