Beatriz esbozó una sonrisa desdeñosa, observando a Cristina con una paciencia fingida, como si solo estuviera esperando el final de su actuación.
Ernesto ya empezaba a ponerse nervioso. Les había costado mucho que no hubiera problemas y, de nuevo, alguien venía a buscarle pleito a Beatriz. Pensó para sí: “Estas mujeres…”.
Al ver que Beatriz no respondía, Cristina se sorprendió un poco, pero eso no le impidió continuar con su espectáculo. Sus ojos se llenaron aún más de lágrimas.
—Sé que soy muy imprudente, siempre me han protegido demasiado y la verdad no sé mucho del mundo, así que a veces es fácil que ofenda a alguien sin querer. Beatriz, si alguna vez te incomodé, espero puedas perdonarme. Ernesto, ayúdame con Beatriz, si he hecho algo mal, espero puedan ser comprensivos conmigo, prometo que cambiaré.
Ernesto, al escucharla, estaba a punto de intervenir.
—Beatriz, Cris ella…
Pero Beatriz no le dio oportunidad de terminar y le gritó que se callara.
Esta vez no le pegó, solo le jaló la oreja con fuerza.
—¿Para qué tienes orejas, para adornar la cara? ¿O es que de tanto no usarlas ya se te pudrió el cerebro? ¿No escuchaste o no te acuerdas? ¿Desde cuándo te di permiso de defenderla frente a mí?
—No, no, mi amor, no era mi intención… de verdad que no… —Ernesto sentía el corazón a punto de salírsele del pecho—. Por poco…
Beatriz se volvió hacia Cristina y soltó una carcajada cargada de desprecio.
—¿Que sea comprensiva contigo? ¿Por qué tendría que hacerlo? Usaste ese numerito para separar a Benicio y a Estefanía, ¿ahora quieres hacer lo mismo con Ernesto y conmigo?
Cristina se puso pálida de inmediato.
—No… no es eso… jamás…
—¡Deja de hacerte la víctima! Mira, yo no soy de esas que han visto mucho mundo, pero en mi familia llevamos generaciones preparando bebidas, y si algo sé hacer es distinguir lo que está bueno de lo que está podrido. ¡Lárgate!
Cristina ya había tenido varias derrotas así frente a los hermanos y, al escuchar esto, rompió en llanto.
Gregorio no aguantó más.
—Beatriz, ya bájale, tampoco es para tanto…
—Gregorio —interrumpió Beatriz con una sonrisa ácida—. Hace un momento mencioné que esta doble cara separó a Estefanía y Benicio. ¿De verdad crees que solo a ellos los afectó?
Gregorio no entendía de qué hablaba.
Incluso Ernesto se quedó perplejo.
—¿De qué hablas, amor?
—¿De qué hablo? —Beatriz lanzó otra carcajada sarcástica—. Gregorio, no tienes que fingir, no me interesa educar a maridos ajenos. Pero dime, ¿sigues siendo esposo de alguien? Porque ya ni eso te queda claro.
Gregorio frunció el ceño.
—¿Qué estás insinuando?
—¿Cuánto tiempo lleva desaparecida Fabiana? ¿No lo has notado? —Beatriz lo miró con una mezcla de lástima y hastío—. Claro, si ni siquiera recuerdas cuándo fue la última vez que pisaste tu casa.
¡Puros patanes!
Gregorio se tensó.
—Beatriz, ¿puedes decir lo que quieras decir de una vez?
Beatriz sintió un nudo en la garganta, pero se obligó a no llorar.
—Aun así, debiste decirme a mí. Yo sí puedo ayudar, aunque sea para hacer mandados o lo que necesite.
Beatriz ya no contestó, pero por dentro sentía una profunda pena por Fabiana, le dolía de verdad.
No era que no quisiera contarles, sino que, cuando Fabiana la llamó, lo hizo con una tranquilidad escalofriante.
—Beatriz, ya no tengo mamá —le dijo por teléfono.
Beatriz quiso ir a su lado de inmediato, pero Fabiana la detuvo. Le dijo que no hacía falta, que el cuerpo de su madre ya había sido cremado y que en ese momento iba en el carro, rumbo a su pueblo, para llevar las cenizas.
Beatriz, entonces, le preguntó lo mismo que ahora se preguntaba: ¿por qué no me lo dijiste antes?
También ella habría podido ayudar.
Pero Fabiana respondió con calma que no era necesario, que no había nada en lo que pudieran ayudar, que todo fue sencillo y que solo tomó sus cosas y se fue.
Beatriz entendía bien: Fabiana solo la buscó después de todo porque ya estaba cansada de Gregorio.
Fabiana con Gregorio nunca fue feliz. En todos esos años, Gregorio no dejó de andar con otras mujeres. Pero como la mamá de Fabiana estuvo enferma mucho tiempo, y Fabiana tuvo que dejar su trabajo, no tenía independencia económica, así que Gregorio siempre la tuvo controlada.
Beatriz podía imaginarse cómo, en el momento en que su madre murió, a Fabiana se le apagó la última chispa de esperanza.
Había otra razón: Fabiana estaba embarazada y no quería preocuparla.
Esa era Fabiana, siempre tan buena, pensando en los demás hasta en los peores momentos.
Pero, ¿por qué alguien tan buena como Fabiana no podía recibir un poco de cariño de la vida?

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Es verdad sale muy caro liberar capitulos...
Muy bonita la novela me encanta pero pueden liberar mas capitulos yo compre capitulos pero liberar mas capitulos sale mas caro...
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...