Benicio solo contestó con un —Está bien— y se dio la vuelta para regresar a su oficina.
Cristina lo siguió un par de pasos, pero de repente escuchó un —¡Pum!—. La puerta de la oficina se cerró de golpe. Le tocó quedarse afuera, como si la hubieran dejado plantada.
Cristina se quedó parada mucho rato frente a la puerta, sin poder reaccionar. ¿Ese era Benicio? ¿Ese era el mismo Benicio que, cuando ella recién volvió, parecía necesitarla a cada segundo? Sentía que las lágrimas estaban a punto de salirle, pero a él ni siquiera le importó. ¿Ese era Benicio de verdad?
Su mirada ya no se posaba sobre ella.
Se quedó ahí, parada en el pasillo, y soltó una risa amarga. Los hombres, pensó, siempre andan persiguiendo lo que no pueden tener.
...
Cuando Gregorio llegó a casa, lo primero que vio fueron dos maletas junto a la entrada.
Pensó que tal vez Fabiana acababa de regresar y no había tenido tiempo de acomodar sus cosas. Apenas entró, llamó a su hijo.
—¿Hijo?
El pequeño salió de su habitación arrastrando una maletita infantil, caminando despacio al lado de Fabiana.
Fabiana tenía al niño bien agarrado de la mano y cargaba un gran bolso de lona en el hombro.
Gregorio se quedó dudando.
—¿Apenas llegaron o se van de viaje? —preguntó, notando algo raro en el ambiente.
—Nos vamos —respondió Fabiana, con un tono sereno, casi seco.
—¿Se van? —Gregorio pensó que tal vez planeaban unas vacaciones—. Bueno, está bien que salgan a despejarse, pero yo no tengo tiempo para acompañarlos.
Fabiana apartó la mirada.
—No hace falta.
—Bueno, vayan ustedes —dijo Gregorio, inflado de orgullo por su manera de “domar” a la familia—. Mira nada más, así debe ser mi esposa. No como Beni y Ernesto, que uno ya está divorciado y el otro dejó que su mujer le diera una cachetada. ¡Qué vergüenza!
Fabiana lo miró fijo, sus ojos llenos de una distancia inquebrantable.
—Lo que quiero decir es que no va a hacer falta nunca más.
—¿Cómo? —Gregorio ya no entendía nada—. ¿Cómo que nunca más? ¿De qué estás hablando?
Fabiana escuchó eso y se le llenaron los ojos de lágrimas. Abrazó a su hijo con fuerza y respiró hondo.
—Para mí, el divorcio es una decisión tomada. Si estás dispuesto a firmar el acuerdo, todo será más fácil. Si no, entonces lo resolveré por la vía legal.
Gregorio la miró con una mueca despectiva.
—¿Ahora resulta que se te pega lo malo? ¿Tú crees que por pedir el divorcio vas a tener control sobre mí? Fabiana, ¿de verdad piensas que soy alguien fácil de manipular? Mira, después de que tu madre falleció, todavía sentía algo de lástima por ti y pensaba compensarte, pero si vas a salir con esto, te lo advierto: puedes divorciarte, pero no te voy a dar ni un solo peso.
Fabiana ya se lo esperaba.
No dijo nada más. Tomó de la mano a su hijo y se fue directo a la puerta.
—¡Fabiana!
Cuando estaba en el recibidor, Gregorio le gritó desde atrás:
—¡Si sales por esa puerta hoy, no vas a poder volver! ¡Piénsalo bien, no te arrepientas!
Pero Fabiana ni siquiera se detuvo. Abrió la puerta, dejó que su hijo saliera primero y, cargando ambas maletas, salió sin volver la vista atrás.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Es verdad sale muy caro liberar capitulos...
Muy bonita la novela me encanta pero pueden liberar mas capitulos yo compre capitulos pero liberar mas capitulos sale mas caro...
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...