—¡Abuelita! —Benicio reaccionó de inmediato, alargando el brazo para interponerse y detener el adorno de hierro que caía. El objeto rebotó en su antebrazo antes de estrellarse contra el suelo.
Las puntas filosas del adorno le rasgaron el brazo, y la sangre comenzó a brotarle.
Estefanía sostuvo con fuerza a la abuelita, la revisó de arriba abajo, asegurándose varias veces de que no tuviera ninguna herida. Solo entonces se giró para mirar el brazo ensangrentado de Benicio. Luego, echó un vistazo al adorno, con sus dientes de hierro sobresaliendo. No se atrevía ni a imaginarse qué habría pasado si ese objeto le hubiera caído en la cabeza a la abuelita.
La empleada de la tienda estaba completamente aterrorizada, no dejaba de disculparse con Estefanía.
—Perdón, perdón, se los juro que no fue mi intención, de verdad, no quise hacerlo. ¿La señora mayor está bien? Yo…
La chica era solo una empleada, y ya tenía los ojos a punto de llenarse de lágrimas. Cuando miró el brazo sangrante de Benicio, el pánico la rebasó.
—Perdón… El dinero del hospital… Si se lo tengo que pagar… Yo…
El adorno había caído porque la empleada fue empujada, pero Cristina la había empujado a ella. Con ese sueldo de tienda, si el cliente pedía una fortuna, no tenía ni idea de cómo iba a pagarlo todo.
Benicio, sin embargo, protegió a Cristina poniéndola detrás de sí, y le habló a la empleada:
—No te preocupes por el dinero del hospital. Es apenas un rasguño, no pasa nada. Lo importante es la abuelita…
Se giró hacia la abuela y Estefanía.
—Abuelita, ¿me permite llevarla al hospital para que la revisen? Yo me encargo de pagar lo que se tenga que pagar, y también por el susto que le hicieron pasar.
—¡Cierra la boca! —Estefanía le lanzó una mirada cargada de rencor—. ¿Acaso piensas que necesitamos tu dinero?
Benicio se quedó helado. Tenía razón, con Gilberto de su lado, el dinero era lo último de lo que debían preocuparse.
En ese momento apareció la dueña de la tienda, claramente alterada.
—Creo que lo mejor es llamar a la policía, ¿no creen? —dijo, nerviosa. Había escuchado el resumen de lo ocurrido y no quería que culparan a su tienda por algo que, según ella, había comenzado por culpa de la clienta que estaba probándose el vestido. Aunque ahora decían que la tienda no tenía responsabilidad, ¿quién le aseguraba que no cambiarían de opinión después?
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...