Teodoro por fin logró encontrar en su rostro un rastro de aquel joven de antes. Abrió la puerta, pero en cuanto se vieron, el silencio reinó entre ellos; ninguno supo cómo mencionar el nombre de Agustín.
—Pasa... pasa, siéntate un rato —Teodoro fue el primero en dar un paso al frente, invitándolo a entrar.
Mientras caminaban hacia la sala, Benicio se enteró de que Teodoro y Sofía apenas habían regresado del extranjero el día anterior, y que planeaban quedarse definitivamente en su país para disfrutar su vejez.
Al entrar, vieron a Sofía ocupada, acomodando algunas cosas.
Ella también tardó un momento en reconocerlo; tras ese instante de duda, lo invitó a sentarse. Platicaron de cosas cotidianas, y poco a poco, la tensión inicial comenzó a disolverse.
Sofía, con lágrimas en los ojos, suspiró:
—Han pasado tantos años y siento que todo fue ayer... Cada vez que lo pienso, este dolor aquí dentro no me deja en paz...
Benicio sentía la garganta apretada, incapaz de encontrar palabras para consolarla.
Al final, fue Sofía quien, secándose las lágrimas, forzó una sonrisa.
—Gracias por seguir recordando a Agustín, por tomarte el tiempo de venir a vernos.
Benicio no pudo evitar sentirse incómodo. Ni siquiera había traído nada, llegó con las manos vacías, jamás imaginó que encontraría a la familia en casa.
—Prometo que vendré más seguido... si no les molesta. —La última vez que vio a Agustín, terminaron peleando. Los dos eran unos chavos impulsivos, dijeron cosas muy duras, cortaron lazos sin imaginar que sería para siempre.
—¿Molestar? Para nada —respondió Sofía con calidez—. Pero ustedes, los jóvenes, tienen tantas cosas que hacer. No te preocupes por nosotros.
Benicio esbozó una sonrisa amarga. ¿Qué tanto podía estorbar? Si él mismo se sentía perdido, sin un rumbo al cual volver.
Se quedó ahí sentado durante un buen rato. Después, Sofía fue a buscar una pequeña caja de madera, donde guardaba las pocas cosas que le quedaban de Agustín.
—Esto es lo poco que conservamos de él. Su ropa la quemamos, sólo nos quedaron estos recuerdos —dijo Sofía, conteniendo las lágrimas.
Dentro de la caja había un cuaderno lleno de notas de viaje, una pluma, un reloj de pulsera, una navaja suiza, un encendedor, unos lentes oscuros, sus identificaciones y algunas herramientas para sobrevivir en el campo.
Lo que más llamó la atención de Benicio fue una pequeña piedra de colores que descansaba al fondo de la caja.
—Señora, ¿podría ver esto? —pidió, con la voz temblorosa.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...