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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 579

¿Te enojaste?

De repente, sintió que él le agarraba la mano.

Bajó la mirada y vio a aquella figura demacrada en la cama. Tenía los labios amoratados y los ojos hundidos, que la miraban fijamente. Su mano, esquelética, que asomaba por debajo de las sábanas, se aferraba débilmente a sus dedos.

Ella retiró su mano y volvió a meter la de él bajo las sábanas. El ambiente relajado que él se había esforzado en crear se desmoronó en ese instante.

—¿Por qué estás tan delgado? —dijo Estefanía con un nudo en la garganta. Todas las emociones que había estado conteniendo amenazaron con desbordarse.

—¿Por qué lloras? —dijo él con voz ronca, tratando de sonreír—. Es que… no me acostumbro a la comida de aquí, ¿sabes?

—Entonces, ¿para qué…? —Estefanía estuvo a punto de preguntarle para qué había venido a Europa, si no era mejor haberse quedado en su país. Pero entonces recordó que Ana estaba aquí, y obviamente él tenía que estar con ella. Así que cambió la pregunta—. ¿No sabes cocinar? ¿O prefieres que te consiga un chef de casa?

—¡Qué complicación! —dijo él, forzando una sonrisa—. Estoy bien así, bajando un poco de peso. Ya casi cumplo treinta, mejor no tener panza.

—¡Pero si estás hecho un palillo! —replicó Estefanía, sintiendo de nuevo esa punzada de tristeza.

—Tú… —Benicio vaciló. Las emociones que se agitaban en su mirada se calmaron poco a poco. La pregunta «¿Te duele verme así?» se quedó en la punta de la lengua. Al final, solo esbozó una sonrisa—. Estoy bien, me voy a recuperar. No te preocupes.

—¿Cuándo me he preocupado por ti? ¿Acaso parezco preocupada? —Estefanía lo fulminó con la mirada—. Y por favor, deja de sonreír —. No fuera a ser que con el esfuerzo se le abriera la herida.

—¿Me veo muy mal? —preguntó él.

Estefanía bajó la vista. —¿Quieres la verdad o una mentira?

Él lo pensó un momento. —Una mentira, por favor. Ahorita no estoy para muchos trotes.

—No te ves mal —dijo ella rápidamente.

Benicio se quedó desconcertado. «¿Pero eso es la verdad o la mentira?», pensó.

No se veía mal, pero su aspecto era alarmante.

Su piel, siempre pálida, ahora tenía un tono lívido, casi azulado. Tenía ojeras profundas y los ojos hundidos. Incluso se le asomaban algunas canas.

Aún no cumplía los treinta.

Nadie diría que se veía mal, pero era difícil mirarlo por mucho tiempo. Cada segundo que lo observaba, la angustia crecía.

¿Cómo aquel joven fresco y sereno se había convertido en esto?

En los últimos días, había investigado sobre los pacientes de cuidados intensivos. Muchos salían de ahí habiendo perdido mucho peso y envejecido varios años.

Pero…

No podía evitar preguntarse el porqué.

¿Por qué habían llegado a esta situación?

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