Aquel atardecer quizá se quedaría como un recuerdo imborrable de su juventud, y no como ahora, que después de cinco años de matrimonio, aquella vieja ilusión solo parecía una costra molesta que el tiempo había arrancado a tirones.
No tenía ninguna prisa. Sentada en la cafetería, terminó su café y el pedazo de pastel con calma, saboreando cada bocado. Después, se fue a ver una película.
Cuando terminó la función, la tarde ya estaba bastante avanzada.
No había almorzado, así que pidió un carro y fue a un localito a comer unos tamales al vapor.
En el primer mordisco, la explosión de sabor y el jugo llenando su boca le arrancaron una sonrisa de satisfacción. Por fin, había hecho todo lo que había planeado para ese día.
Con el estómago contento, decidió salir caminando por la plaza antes de pedir otro carro de regreso a casa. Así, de paso, bajaba un poco la comida.
La plaza estaba llena de tienditas únicas, con mucho encanto. Caminó despacio, mirando escaparates, curioseando entre los productos y observando a las jóvenes que hacían fila para comprar pastelitos. Se dejó llevar por el ambiente y terminó uniéndose a la fila, solo por el gusto de mezclarse entre la gente.
Lo curioso fue que nadie se fijó en que cojeaba. O tal vez sí, pero nadie la miró raro, ni le lanzó esa clase de miradas que tanto detestaba.
Cuando salió de la tienda, con el pastel en las manos, sintió una emoción extraña, un calorcito en el pecho. Descubrió que salir del mundo cerrado que Benicio había construido a su alrededor no era tan difícil como pensaba.
Resultó que, salvo ese pequeño grupo de Benicio y sus amigos, que nunca perdían oportunidad para reírse de su pierna, la mayoría de los desconocidos no tenían ninguna mala intención.
Con el pastel entre las manos, tomó un carro rumbo a casa.
Solo Elvira estaba ahí. Benicio, como siempre, seguía sin aparecer.
—Señora, ¿cómo quiere que prepare la comida hoy? —preguntó Elvira, apenas comenzando a sacar los ingredientes.
—Ya no tienes que consultarme cómo preparar la comida —dijo ella, levantando el pastel. Sabía que su tiempo en esa casa era corto, y no tenía idea de si Benicio seguiría empleando a Elvira después de su partida.
Al notar la confusión en los ojos de Elvira, suspiró en silencio.
—De ahora en adelante, cocina como a ti te guste. Prepara lo que te antoje, lo que disfrutes.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...