Resumo do capítulo Capítulo 111 de El CEO se Entera de Mis Mentiras
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En realidad, después de todos estos años, ya se había acostumbrado. De tanto vagar, había crecido.
Pero, al final, descubrió que, más que el sufrimiento, era la calidez lo que más hacía llorar a una persona.
Doña Isabel extendió los brazos y abrazó a Raquel, dándole suaves palmadas en la espalda, como si estuviera consolando a un niño. —Niña tonta, ¿por qué sigues siendo tan formal con tu abuela?
—Abuela, quiero decirte algo.
—Dime, ¿qué pasa?
Desde la puerta, Alberto observaba a Raquel. Ella apoyaba la cabeza en el hombro de su abuela, sus largas y espesas pestañas temblaban como el aleteo de un abanico, y gruesas lágrimas caían en silencio. —Abuela, ya no puedo seguir viviendo aquí. Me voy.
Doña Isabel se sobresaltó. —¿Por qué? ¿Acaso ese mocoso de Alberto te ha vuelto a molestar? ¡Voy a darle una lección ahora mismo!
Pablo, que estaba cerca, le pasó inmediatamente un plumero. —¡Doña Isabel, use esto!
Doña Isabel lo tomó sin dudar. —¡Raquelita, no te vayas! ¿Por qué tendrías que irte tú? ¡El que debe irse es él!
Desde la puerta, Alberto. —...
¿De verdad era su familia biológica?
Seguro lo habían adoptado.
Pablo también estaba confundido. Ya no podía distinguir quién era el verdadero dueño de esa casa.
En ese momento, la suave y dulce voz de Raquel resonó: —Abuela, te has confundido. Alberto no me ha molestado, él… ha sido muy bueno conmigo.
Doña Isabel frunció el ceño, dudosa. —¿De verdad?
Alberto miró a Raquel. Ella levantó su pequeña mano y se secó las lágrimas de manera torpe. Luego abrazó a doña Isabel con una sonrisa animada. —¡Por supuesto que sí, abuela! No te preocupes, no terminé lo que iba a decir. Alberto me ha enviado a la Universidad del Futuro a estudiar. A partir de mañana viviré en la residencia de la universidad, así que ya no podré quedarme aquí.
Doña Isabel se quedó perpleja. —¿Alberto te envió a la Universidad del Futuro? ¡Eso está muy bien! Esa universidad es de primera categoría. Por fin este muchacho ha hecho algo correcto.
Raquel soltó a doña Isabel. —Abuela, mañana tengo que presentarme.
—Entonces, te acompañaré.
Alberto habló: —Haré que el chofer te lleve.
—Gracias, presidente Alberto, pero no es necesario.
Dicho esto, Raquel se dio la vuelta y se marchó.
Se fue sin mirar atrás.
Alberto observó cómo se abría la puerta principal de la vieja casona y cómo su figura delgada se fusionaba rápidamente con la fría oscuridad de la noche. Se desvaneció en la negrura.
Alberto sintió un peso en el pecho. Levantó la mano y aflojó su corbata. Está bien así. Déjala ir.
Después de todo, ella solo había sido una esposa sustituta. Un pequeño accidente en su vida. Él admitía que, por un momento, había sentido un fugaz deseo por ella. Pero no le gustaba.
A quien él amaba era a Ana.
A quien él quería era a Ana.
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