Resumo de Capítulo 115 – Capítulo essencial de El CEO se Entera de Mis Mentiras por Internet
O capítulo Capítulo 115 é um dos momentos mais intensos da obra El CEO se Entera de Mis Mentiras, escrita por Internet. Com elementos marcantes do gênero Triángulo amoroso, esta parte da história revela conflitos profundos, revelações impactantes e mudanças decisivas nos personagens. Uma leitura imperdível para quem acompanha a trama.
Esa noche, Alberto no tenía suerte. Seguía perdiendo, y las líneas de su rostro apuesto se veían frías y tensas.
Ana miraba sus cartas mientras tenía a su lado una bandeja de frutas frescas de temporada. Con su delicada mano, tomó una uva grande y morada, la peló con cuidado y acercó la pulpa jugosa y translúcida a los labios de Alberto.
Sin apartar la vista de sus cartas, Alberto abrió la boca y aceptó la uva que Ana le ofrecía.
Con dulzura y sumisión, Ana se acurrucó a su lado y extendió su mano suave para recibir la semilla que él escupió.
Parecía una esposa cariñosa, atendiendo a Alberto con devoción.
Los dos jóvenes millonarios rieron y comentaron: —El único hombre en todo Solarena que puede recibir un trato así de la mujer más hermosa es el presidente Alberto.
—Dicen que en el amor se gana y en el juego se pierde. No es de extrañar que el presidente Alberto esté perdiendo una y otra vez esta noche.
Ana sonrió con coquetería y fingió estar molesta: —¡Solo saben burlarse de mí!
Desde la puerta, Raquel observaba la escena. Era la primera vez que veía a Alberto llevar a Ana a una noche de cartas con sus amigos.
Sintió una punzada en el pecho.
En ese momento, Alberto perdió otra partida. Arrojó las cartas sobre la mesa y empujó sus fichas hacia el centro. —Divídanlas entre ustedes.
Carlos y los otros dos jóvenes millonarios sonrieron con entusiasmo. —¡Gracias, Alberto! ¡Qué generoso!
Bromeó otro de los jóvenes. —El presidente Alberto está quemando dinero en vivo esta noche
Alberto no mostró ninguna emoción. Con un aire de desinterés, apoyó su espalda recta contra el sillón y pareció aún más apático.
Ana lo miró con adoración. —Alberto, ¿te cansaste de jugar?
—Yo diría que más bien se aburrió.
—Señorita Ana, ¿por qué no anima un poco al presidente Alberto?
Los jóvenes comenzaron a animarla.
Ana curvó sus labios en una sonrisa seductora y sirvió una copa de vino. —Alberto, ¿quieres beber?
Alberto la miró en silencio, sin responder.
Sabía exactamente cómo crear la atmósfera perfecta.
Raquel no quiso seguir mirando. No le gustaba torturarse a sí misma.
Ese era el mundo de Alberto y Ana. Un mundo al que ella no pertenecía.
—Camila, vámonos.
Camila le respondió: —Raquelita, espera un momento. Mira, ahí también está Elena.
Raquel la vio. Elena había estado sentada en el sofá todo el tiempo, participando en la diversión y riendo con entusiasmo.
De repente, Elena exclamó: —¡Alberto, Anita, ya que estamos todos de tan buen humor, déjenme contarles un chiste!
Ana mostró curiosidad. —¿Qué chiste?
—¡Es sobre Raquel!
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