Él Eligió a Otra, Yo Elegí a Su Hermano romance Capítulo 131

Sofía ya no podía soportar más la actitud horrible de Diego, por eso le dijo esas cosas, solo que no esperaba que Alejandro apareciera de repente.

Se acercó en silencio por detrás, le tapó los ojos con las manos y tomó sus manos entre las suyas.

Igual que aquella vez cuando Isabella le tiró vino tinto encima y él le puso su saco sobre los hombros, todavía tibio por el calor de su cuerpo.

Alejandro siempre aparecía de la nada a su lado sin que ella se diera cuenta, y siempre hablaba poco, pero hacía mucho, como cuando la esperaba mientras compraba ropa.

Nunca le decía de antemano que la iba a esperar, y si ella se tardaba un poco en volver, él seguía ahí parado en el mismo lugar, sin mostrar ni pizca de impaciencia.

Como si fuera lo más natural del mundo estar esperándola.

Y precisamente por todas esas experiencias juntos, Sofía tenía esa confianza inexplicable de que, aunque le confesara que lo quería usar, él aceptaría.

Y efecto, Sofía obtuvo su respuesta.

En ese momento, Alejandro la tomó de la mano y empezó a caminar a paso firme hacia la salida. Sofía se retrasó apenas medio paso. Primero miró sus manos entrelazadas, luego alzó la vista hacia su figura elegante y solemne, incluso podía ver con claridad su perfil.

Tal vez porque sintió su mirada, el hombre giró ligeramente la cabeza.

Sofía, apenada, apartó la vista.

Pero le pareció demasiado raro, así que volvió a mirarlo. Él entró en el personaje mucho más rápido que ella, con total naturalidad. De repente se habían vuelto una pareja que podía tomarse de la mano. Claro que tal vez a Alejandro simplemente no le importaban este tipo de cosas. Le daba igual, por eso no se sentía para nada incómodo, no esquivaba la mirada y la veía con esos brillantes y penetrantes ojos, sin mostrar ninguna emoción.

Aun así, esa mirada la ponía muy nerviosa.

Sofía quiso decir algo, pero no lo hizo. Solo señaló hacia donde había estacionado su auto.

Hasta que llegaron al auto, Alejandro no le soltó la mano ni una sola vez.

Sofía se preparó para disponerse a manejar, pero Alejandro le dijo:

—Vas de copiloto.

Su tono no admitía discusión alguna.

Solo entonces le soltó la mano.

Después de que Sofía se subió al asiento del copiloto, Alejandro se puso en el del conductor y le pidió las llaves del auto.

El hombre tomó el volante, dio reversa y se alejaron manejando.

Él manejaba con mucha calma y control. En cambio, Sofía manejaba rápido y de forma impulsiva.

Sentada en su propio auto, Sofía debería haberse sentido más relajada, pero tenía la cabeza girada hacia la ventana, viendo el paisaje nocturno que pasaba volando, con la mente llena de esas frases que le había susurrado al oído.

La voz de Alejandro era muy grave y profunda, con una textura preciosa, como un chelo. Por eso recordaba cada entonación de cada palabra.

La voz severa del hombre le llegó a los oídos.

—¡Para nada!

A Sofía no le podría importar menos que Diego se pusiera triste.

—Te estás imaginando cosas, señor Montoya. Diego no se va a poner triste, se va a poner furioso.

Hacer que se enojara era exactamente lo que ella quería.

¡Así que era perfecto!

Alejandro se quedó callado dos segundos y luego le preguntó:

—¿Entonces en qué estás pensando?

Sofía se volteó a mirarlo. El perfil marcado del hombre era perfecto, aunque tal vez por tener facciones tan definidas, incluso estando sentado a su lado no transmitía ninguna calidez.

Era una frialdad natural.

Sofía le dijo:

—Estaba recordando tu jugada de hace un rato. Fue genial, ni se me había ocurrido que se pudiera hacer eso. Diego seguro enloquecerá de la rabia.