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Él Eligió a Otra, Yo Elegí a Su Hermano romance Capítulo 132

No le hizo la pregunta que tenía en mente.

Al fin y al cabo, su objetivo era usar a Alejandro, y si él estaba dispuesto a cooperar con ella, se sentiría en las nubes.

En cuanto a por qué le había tomado la mano, no era necesario preguntárselo.

Porque había logrado su objetivo.

Y además con un impacto mucho mayor; los hombres tenían esa arrogancia innata, aunque no estén enamorados, no soportan por nada del mundo ver a una mujer con otro hombre. Diego era el ejemplo perfecto de ese tipo de arrogancia.

¡Por eso el efecto había sido aún mejor!

Alejandro le preguntó con frialdad:

—¿Cuándo viniste a buscarme, no pensaste que podía pasar esto?

Sofía contestó:

—Sí lo pensé, pero no me atreví a esperarlo, porque creía que no ibas a cooperar conmigo.

¡La verdad nunca se le había ocurrido!

—¿Por qué pensaste que no lo haría?

Sofía no supo qué responder.

El semáforo se puso en rojo y el auto se detuvo en seco. Alejandro puso una mano en el volante, se volteó y siguió mirándola fijamente sin ninguna emoción.

—En tu opinión soy una buena persona, ¿por eso pensaste que no haría algo tan fuera de lugar?

No solo era una buena persona, sino también alguien inaccesible, frío de pies a cabeza, elegante y distante. Jamás se le habría ocurrido que cooperaría con su “excuñada” en algo así.

Alejandro le preguntó:

—¿Es así?

Sofía no tuvo más remedio que asentir.

Alejandro se rio con desprecio.

—No soy una buena persona.

Como si algo la poseyera, Sofía le preguntó:

—¿Entonces qué tan malo puedes llegar a ser?

Tan pronto como lo dijo, el interior del auto quedó en completo silencio. Los sonidos de alrededor parecieron desvanecerse, y la mirada del hombre se volvió más intensa y profunda. Sofía sintió que el corazón se le aceleraba. Sentía que aquellos ojos eran como una red que la envolvía, impidiéndole escapar.

Pero al instante, el auto arrancó de nuevo. Alejandro apartó la mirada y volvió a ver hacia el frente, siguió manejando con destreza mientras el auto se metía sin problema alguno en el tráfico infinito que tenían por delante.

Ese cambio en su mirada parecía haber sido solo una ilusión óptica de Sofía.

Después de un largo rato, Sofía escuchó que Alejandro decía:

—Ese tipo de cosas, mejor no las digas.

—Ah, okay.

El abuelo estaba en San Rafael poniéndose al día con viejos amigos, y ella no quería arruinarle el humor con los problemas de Diego. Iba a esperar a que regresara feliz y relajado para contarle todo.

No esperaba que se adelantara una semana.

Entonces, Alejandro dijo:

—Puedes ir a quejarte con él.

Sofía sonrió.

—Pensé exactamente lo mismo.

Al doblar en la esquina, Alejandro la miró de reojo y vio la sonrisa en su cara.

Pasó saliva.

Con voz serena, preguntó:

—¿Tienes hambre?

Sofía entendió de inmediato.

—Señor Montoya, usted me ayudó muchísimo hoy, lo invito a cenar algo.

—¿Invitar? —Alejandro respondió con frialdad y altivez—. Qué poco esfuerzo.

—¡Entonces yo cocino!

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