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Él Eligió a Otra, Yo Elegí a Su Hermano romance Capítulo 150

Eduardo había querido quedarse con Alejandro.

Con lo desconsolado que lloraba el pequeño, seguro habría aceptado quedarse. Pero él mismo se negó a hacerlo.

Después de eso, se veían solo una vez al año, y cada año Alejandro se volvía más distante y frío.

Que ahora no le gustara el contacto físico ni tuviera relaciones románticas se debía a sus experiencias de infancia.

Por eso, Eduardo nunca lo había presionado.

Ya estaba viejo y tenía una mentalidad cada vez más abierta.

Cada quien hace lo que quiere con su vida, así que no iba a entrometerse demasiado en esos asuntos.

Eduardo preguntó:

—¿Entonces cuándo te vas a enamorar de alguien?

Alejandro respondió sin interés:

—Ya veremos.

—Con tu personalidad, si llegas a enamorarte de una chica será todo un milagro. Así que escúchame bien: si te enamoras, agárrate fuerte y no la dejes ir por nada del mundo. Porque si la pierdes, quién sabe si volverás a querer a alguien más en esta vida.

Alejandro lo miró de reojo y le preguntó, algo inusual en él:

—¿De verdad?

Eduardo arqueó con firmeza sus cejas canosas.

—¿Crees que te mentiría? Eras muy terco de niño. Sufriste tanto con los Montoya y nunca bajaste la cabeza para volver atrás. Todo lo aguantabas solo. ¡Sigues siendo igual de terco!

Alejandro se entristeció al recordar sobre lo que había pasado.

—Ya veré.

Después de despedir a Eduardo, Alejandro permaneció sentado en el auto.

El chofer le preguntó:

—Señor Montoya, ¿adónde vamos?

Alejandro mantuvo la mirada baja.

El chofer, viendo que él no decía nada, no insistió más y esperó en silencio.

La mirada de Alejandro era indescifrable.

Conocía muy bien a Eduardo. Se preocupaba mucho por Sofía. Si ella se hubiera quejado, Eduardo habría salido corriendo en su defensa.

Tal vez Sofía había fingido estar feliz con Diego frente a Eduardo.

Alejandro apretó y soltó el puño varias veces. De pronto, le ordenó:

—Al bar.

Su habitación estaba en el segundo piso, pero era un cuarto de huéspedes, el más alejado del dormitorio principal de Diego.

Ja, ja que ironía.

Debería haber entendido las señales desde el principio. Un matrimonio así debería haber terminado hace mucho tiempo.

Durante todo el camino a casa, Sofía se había estado burlando de sí misma. Era demasiado dura consigo misma.

Aunque esto era bueno, así podría acordarse siempre de lo sucedido: No vuelvas a humillarte.

Lo extraño fue que, al llegar a la puerta de su habitación, estaba abierta.

Bueno, tenía sentido. Llevaba tanto tiempo fuera que era normal que alguien hubiera entrado. Solo esperaba que no hubieran tocado el paquete de Carmen.

Tal vez no. Estaba escondido en una esquina del clóset, detrás de toda la ropa que nunca tuvo oportunidad de usar. Era difícil que alguien lo encontrara.

Sofía empujó la puerta con delicadeza y descubrió que había alguien adentro.

Era la empleada Lucía.

Estaba hurgando como loca en su armario buscando algo.

Sofía se acercó en silencio por detrás y dijo en voz baja:

—Lucía.

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