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Él Eligió a Otra, Yo Elegí a Su Hermano romance Capítulo 282

Hacía mucho que a Sebastián no lo dejaban sin palabras, ¡y esta vez se topó con un verdadero rival!

Carmen dijo con burla:

—Sebastián, ¿no vas a darle las gracias a tu hermana? ¿Cuántas veces no te ha sacado de apuros?

Alejandro asintió.

—Sí, deberías hacerlo.

Joaquín de inmediato lo tomó del brazo para obligarlo a levantarse y gritó:

—¡Gracias, Sofía! —y luego, entre dientes y con cara de pocos amigos, le dijo en voz baja—: Eres un imbécil, atrévete a armar otro numerito y verás…

En ese instante, Sebastián deseó morirse.

¡Eso sí que era una herida invisible!

Nadie entendía lo humillado que se sentía.

¡Qué maldito manipulador era Alejandro!

Sofía le recordó:

—Estoy esperando.

Con voz de mártir, él respondió:

—… Sofía, gracias, de verdad gracias, no sé cómo viviría sin ti. En esta vida jamás podría dejarte, dependo totalmente de ti.

Carmen tuvo que taparse la boca, casi no se aguantaba la risa.

Alejandro sonrió un poco.

Sofía estuvo a punto de darle un manotazo a su hermano en la frente; no podía con esa lengua.

Pero su primer reflejo fue mirar a Alejandro, temiendo que se molestara con las payasadas de Sebastián. No sabía por qué le importaba tanto la imagen que proyectaba frente a él, pero lo cierto es que le preocupaba.

Y, para su sorpresa, vio que a él le parecía divertido.

Cuando lo miró, él también volteó hacia ella.

Sus miradas se cruzaron al instante.

Alejandro le lanzó una mirada que intimidaba. Sofía, sintiéndose insegura, miró hacia abajo, como si escondiera algo.

De inmediato se obligó a mirarlo otra vez, y él, sin quitarle la atención, volvió a atraparla con la mirada.

Con calma, ella comentó:

—Disculpe, señor Montoya, que le haya tocado presenciar esto.

La voz inconforme de Sebastián se oyó enseguida.

—¿O sea que piensas que te hice quedar mal frente al señor presidente?

—Solo me sorprende tu atrevimiento. Menos mal que el señor Montoya no te lo toma en cuenta —respondió ella. En realidad, sí pensaba que era vergonzoso, pero jamás lo expondría delante de otros; los regaños se daban en privado, salvo que fuera algo imperdonable.

Como no recibió el típico regaño de su hermana, Sebastián se quedó sin palabras y, con un poco de celos, murmuró:

—Qué curioso… mientras me defiendes, tampoco olvidas hablar bien de tu gran Alejandro.

—Solo digo la verdad —contestó ella con calma.

Carmen pensó, una vez más, que agradecía al cielo no tenerlo como hermano.

—Aprende de tu hermana, deberías imitarla más.

Pero al mismo tiempo sintió que algo era extraño.

De verdad, todo le parecía raro esa noche.

Joaquín fue corriendo por el auto, pero entonces Carmen se acercó y dijo:

—Tú me llevas. Sofía y Alejandro iban por el mismo camino, así que deja que Sofía lo lleve.

—¡Claro, así es más práctico! Qué descuido el mío —exclamó Joaquín, arrepentido.

Alejandro aceptó encantado.

“¡Qué tipo tan vivo!”, pensó Sebastián.

Carmen arrastró a Joaquín y Sebastián para que se fueran primero.

Alejandro se quedó esperando.

Cuando Sofía trajo el auto, se detuvo frente a él.

—Señor Alejandro, suba, por favor.

Le indicó el asiento trasero.

El hombre rodeó el vehículo y se paró junto al asiento del conductor.

La miró desde arriba y, con un tono firme que no admitía discusión, dijo:

—Yo manejo.

No había bebido esa noche.

Con él allí, ella no tuvo más opción que ceder. Se bajó, lo dejó tomar el volante y pasó al asiento del copiloto.

El auto estaba detenido frente a la entrada principal.

Cuando rodeó el baúl, Sofía se encontró con una persona que acababa de salir del ascensor: Diego.

Aun a una distancia de más de diez metros, él pareció presentir algo y, sin previo aviso, volteó la cabeza justo hacia ella.

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