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El Valiente Renacer de una Madre Soltera romance Capítulo 100

El corazón de Sofía se sentía como si alguien lo hubiera destrozado con una mano y luego lo arrancara, todavía palpitando y cubierto de sangre.

En ese momento, los empleados del hotel que unos minutos antes andaban de un lado a otro buscándolas, de pronto notaron que algo andaba mal. Se miraban entre ellos y cuchicheaban, pero ninguno se atrevía a acercarse, aunque Sofía gritaba tan fuerte que casi se desgarraba la garganta. Nadie contestaba. Nadie movía un dedo.

Sofía cayó de rodillas. Sintió cómo las fuerzas la abandonaban, se sujetó el pecho con ambas manos, justo donde sentía que una navaja la estaba haciendo pedazos por dentro.

De repente, unos faros la deslumbraron, barriendo la banqueta con su luz intensa.

Un hombre de complexión robusta bajó del carro y, al ver la figura descompuesta de Sofía, se quedó pasmado.

—¿Usted es la señora Rojas? —dudó, mirando la hoja que tenía en la mano—. ¿Fue usted quien pidió el carro?

A pesar de que su voz intentaba mostrarse firme, se notaba nervioso. Se acercó despacio, y al ver la palidez de la mujer, sintió un escalofrío.

De improviso, la mano helada de Sofía lo sujetó con fuerza por el brazo. Sus ojos brillaban como nunca antes, pero estaban llenos de desesperación y una tristeza que dolía solo de verla.

—¡Por favor! ¡Ayúdeme! ¡Se llevaron a mi hija! —suplicó, su voz quebrándose.

—¿Cómo? —el conductor abrió los ojos como platos, y de inmediato, con un tirón, ayudó a Sofía a levantarse del suelo—. ¡Señorita, no se quede ahí! ¡Esto es grave!

—¿Quién se la llevó? ¿Alcanzó a ver algo? ¡Voy tras ellos! —aventó, con una determinación que se sentía genuina.

Sofía ya no pudo sostenerse más. Dos líneas de lágrimas le surcaron las mejillas mientras intentaba hablar entre sollozos.

—Estaba muy oscuro... No vi nada —susurró, ahogada por el llanto.

El conductor se quedó sin palabras. Sentía que tenía la obligación de ayudar, pero no sabía ni por dónde empezar.

—¡Pero sé a dónde ir! —dijo Sofía, aferrándose de nuevo al brazo del conductor como si fuera su última esperanza—. Lléveme a Villas del Monte Verde, por favor, ¡tengo que ir allá!

El conductor vaciló.

¿Villas del Monte Verde?

La miró con extrañeza. Sabía que ese era el barrio más exclusivo de toda la ciudad. ¿Quién de ahí querría robar a su hija? Pero al ver la mirada de Sofía, tan llena de dolor y súplica, no pudo negarse.

—Está bien, súbase —asintió, decidido.

En un par de movimientos, metió el equipaje de Sofía al maletero, se subió al volante y arrancó el carro a toda velocidad.

Aunque dentro del taxi la calefacción estaba encendida y el ambiente era cálido, Sofía no podía dejar de temblar. El sudor frío le corría por la espalda.

Intentaba razonar. Sofía siempre había sido una persona tranquila, nunca había hecho enemigos. ¿Por qué alguien se llevaría a Bea? Forzó su respiración, intentando calmarse para pensar con claridad.

A pesar de lo que decía, pisó el acelerador con más fuerza.

El corazón de Sofía se hundió.

—Señorita, ¿por qué no llamó a la policía primero? ¿Por qué ir a Villas del Monte Verde? —preguntó el conductor, intrigado al ver la urgencia de la mujer.

Para cualquier familia, la policía sería lo primero que vendría a la mente.

Sofía negó con la cabeza.

Para la mayoría, sí. Pero el padre de Bea era Santiago.

¿Y quién era Santiago? El hombre más rico de Olivetto, con el poder y los contactos que nadie más tenía.

Y si de verdad esto era cosa de Isidora, él era la mejor opción.

Buscarlo a él serviría más que cualquier policía.

El conductor, aun sin entender mucho, respetó la decisión. Al ver ese dolor y esa desesperación en el rostro de Sofía, supo que una madre nunca jugaría con la vida de su hija. Él solo podía seguir manejando y esperar que llegaran a tiempo.

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