Aquel hombre no era otro que Jaime, el asistente de Santiago.
Por el teléfono, la casera respondía con una voz especialmente respetuosa:
—La señorita Sofía quedó muy satisfecha. Ya le asigné el departamento según las indicaciones del presidente Cárdenas.
Del otro lado, Jaime asintió:
—De acuerdo, le informaré al presidente Cárdenas. Lo prometido es deuda, lo tuyo está asegurado.
La casera no pudo ocultar su alegría:
—Entonces, muchas gracias al presidente Cárdenas. Aunque la verdad, también sentí buena vibra con esa señorita.
Jaime lo tomó como simple cortesía y, tras responder con un leve asentimiento, colgó la llamada.
Santiago, que había estado firmando contratos a toda velocidad, detuvo el bolígrafo cuando vio a Jaime bajar la mano.
—¿Qué dijeron?
Jaime le informó de manera concisa:
—La señora ya está instalada.
Al escuchar eso, los ojos de Santiago brillaron por un instante.
Agachó la cabeza y volvió a enfocar la mirada en el contrato.
Sus pestañas tupidas cayeron, cubriendo la expresión ausente que se asomó en su mirada.
—Bien.
La voz del hombre sonó grave, pero tan suave que se mezcló con el viento y se disipó al instante.
Jaime también guardó silencio, colaborando tranquilamente a su lado.
Pasó un buen rato antes de que Santiago soltara el bolígrafo.
Aunque ya había terminado de revisar los documentos, su eficiencia era notoriamente más baja que de costumbre.
Se frotó el entrecejo con gesto de fastidio:
—Pon a más personas cerca de ella.
Jaime se quedó helado un segundo, claramente recordando los recientes peligros que habían rodeado a la señora. Su expresión se tornó seria:
—Sí, voy a asignar a algunos para que se muden cerca.
Santiago asintió.
...
—Toc, toc—
De pronto, se escucharon golpes en la puerta de la oficina.
Jaime dudó un instante, pero al ver la mirada afirmativa de Santiago, fue a abrir.
Afuera, Isidora estaba parada con los ojos a punto de llenarse de lágrimas.
A Jaime le temblaron los dedos.
¿Ahora qué drama traía?
—¿Se le ofrece algo a la señorita Isidora? El presidente Cárdenas está ocupado.
Mostró una sonrisa amable, de esas que uno pone por compromiso.
Sintió cómo se reafirmaba su decisión y se irguió con firmeza:
—¡Sí!
Los ojos de Santiago se oscurecieron, pero esbozó una sonrisa helada, llena de desdén.
Desde donde estaba, Isidora solo alcanzó a ver ese gesto en sus labios y sintió que el corazón le latía más rápido.
Tal como lo imaginaba.
Aunque ante los demás fingía que había mucha cercanía entre ella y Santi, y algunos compañeros se burlaban de esa supuesta relación, ella era la única que sabía la verdad.
Santi, salvo cuando tenía que resolver líos difíciles, rara vez la buscaba. Casi siempre era ella quien se acercaba, aunque él actuara como si le estorbara.
A pesar de su actitud cortante hacia los demás, nunca le prohibió estar a su lado.
Además, no hacía mucho, por un simple rasguño suyo, él había puesto de cabeza todo el hospital y había hecho que varios médicos la revisaran.
¿Alguien así podría no preocuparse por ella?
Pero...
Isidora apretó el puño, invadida de recuerdos recientes en los que Santiago la había esquivado.
Todo era culpa de Sofía.
Desde que Santi había rastreado el paradero de Sofía, el tiempo que pasaba con ella se había reducido al mínimo.
No podía quedarse con los brazos cruzados. Tenía que luchar.
Una chispa de cálculo brilló en sus ojos, aunque la disfrazó rápidamente.
Levantó una sonrisa inocente, poniendo un toque de súplica y halago en su voz.

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