Entrar Via

El Valiente Renacer de una Madre Soltera romance Capítulo 116

Pero decirle eso a ella era como soltar la frase “¿por qué no comen pastel?” en medio de una crisis. Sonaba ridículo y fuera de lugar.

—Ya apúrate y divórciate.

Lo soltó sin pensar mucho, pero la persona a su lado no pudo ocultar su emoción y dio un paso al frente.

—¿Cuándo lo vas a hacer?

Los ojos de Sofía se abrieron de par en par.

¿Qué clase de reacción era esa?

Su silencio solo hacía que Alfonso se desesperara más, rascándose la cabeza con nerviosismo, mientras Lucrecia, a un lado, se llevaba la mano a la frente con resignación.

¿Y este tipo? ¿No que era el gran heredero orgulloso, el que todos temían? Ahí estaba, todo emocionado por convertirse en el “padrastro” de alguien más.

Sofía evitó el tema, incómoda con el pasado.

—No pienso hablar de eso.

Alfonso tampoco insistió. Sin embargo, sus ojos brillaron con determinación.

Él mismo iba a averiguar todo.

¿Quién había sido ese tipo que, después de tener a Sofía, no la supo valorar y la llevó hasta el divorcio?

Solo de pensarlo, sus ojos se volvieron oscuros, con una sombra de tormenta a punto de desatarse.

Pero, al volver la mirada a Sofía, su expresión se suavizó de inmediato.

Lucrecia notó cada cambio en el semblante de Alfonso, y no pudo evitar sorprenderse.

Por un momento, el aire entre los tres se volvió denso y silencioso. Cada uno estaba sumido en sus propios pensamientos, pero era Sofía quien parecía más tranquila de los tres.

...

—El caballito...

La repentina quietud hizo que Sofía notara a Bea, que se removía inquieta en el cochecito. Ya no era la bebé curiosa y tranquila que salió de casa hace un rato; ahora tenía el ceño fruncido y buscaba con sus manitas algo para agarrar.

El corazón de Sofía dio un brinco.

—¿Qué pasa, mi amor?

Se inclinó y tomó a Bea en brazos, intentando tranquilizarla con un suave vaivén.

Normalmente, en cuanto la cargaba, Bea aplaudía y se reía a carcajadas. Pero esta vez, la niña solo hacía sonidos lastimeros, con la carita arrugada, a punto de llorar.

Lucrecia se acercó y, al ver la situación, revisó el pañal de Bea.

—¿No será que se hizo pipí?

Sofía negó con la cabeza.

Antes de salir, acababa de cambiarle el pañal.

Alfonso mantenía la mirada fija en Sofía, como si quisiera grabarla en su memoria.

Pero ella estaba demasiado ocupada calmando a Bea, sin notar la devoción con la que la observaba.

Lucrecia no los siguió, los miró alejarse mientras Sofía cargaba a Bea y Alfonso empujaba el cochecito rumbo al departamento.

No habían avanzado mucho cuando, al llegar al final del parque, un ladrido estruendoso rompió la calma.

Sofía alzó las cejas, y el cuerpo de Bea se estremeció de inmediato, haciéndole sentir un mal presentimiento.

A pesar de que Bea tenía las mejillas rosadas y no mostraba signos de enfermedad, su inquietud y molestia oscurecieron el ánimo de Sofía.

—¡Granada!

De repente, un grito alarmado retumbó.

Sofía se estremeció y, antes de reaccionar, los ladridos se acercaron con rapidez.

Un perro golden, de tamaño mediano, embistió directo hacia ellas.

Los ojos de Sofía se abrieron como platos, y Alfonso, que hace un instante parecía distraído, se movió con firmeza, colocándose delante de Sofía y Bea, como un escudo.

—¡Guau, guau!

El golden ladró fuerte, saltándose a Alfonso y clavando la mirada, enrojecida y salvaje, en la bebé que Sofía tenía en brazos, mostrando los colmillos afilados.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Valiente Renacer de una Madre Soltera