—Imposible, ¿él viene a Olivetto y no lo sabe?
Santiago hacía cuentas en su cabeza, pero en su cara no se notaba nada.
Se veía tranquilo. Se ajustó los botones de la manga de la camisa y soltó:
—Pronto habrá una subasta y necesito una acompañante.
Sofía, sin levantar la mirada, seguía acariciando a Bea en su regazo.
—Entonces, el presidente Cárdenas debería contactar a la señorita Isidora lo antes posible.
Santiago se quedó sin palabras. Fijó la mirada en el semblante despreocupado de Sofía, sintiendo de pronto un peso incómodo en el pecho.
Antes, ella solía evitar mencionar cualquier cosa sobre él y otras personas.
Ese pensamiento le oprimió aún más el corazón, como si una piedra enorme le aplastara el pecho, haciéndole difícil hasta respirar.
—Sofía, no olvides cuál es tu lugar. Tú eres mi esposa, Isidora sólo es una empleada en la empresa.
Su voz sonó más intensa, pero al alzar la mirada, se topó con los ojos burlones y desdeñosos de Sofía.
Ella curvó los labios con una sonrisa sarcástica y negó con la cabeza.
—El acuerdo de divorcio ya está redactado desde hace tiempo. Pronto dejaré de ser tu esposa.
—Además…
Sofía continuó:
—Ser la acompañante del presidente Cárdenas es un puesto por el que cualquiera se pelearía. Yo no pienso meterme en ese lío. Si el presidente Cárdenas ya llevó a Isidora a la familia Rojas para la ceremonia de los abuelos, entonces pedirle que lo acompañe a una subasta sería igual de práctico. Al final, se ayudan entre ellos, ¿no te parece perfecto?
Su voz sonaba ligera, como si ninguna de esas palabras pesara en su ánimo. Ni siquiera se dignó a mirar a Santiago al final de la frase.
Los ojos de Santiago titilaron y, de repente, soltó:
—¿Sofía, estás haciendo berrinche?
Al escuchar esas palabras, el cuerpo de Sofía se tensó. Luego, le echó una mirada extraña a Santiago y le contestó:
—Presidente Cárdenas, uno puede comer lo que quiera, pero no puede decir cualquier cosa. Cuidado, no vaya a ser que te demande por difamarme.
…
Santiago, molesto por su respuesta, se quedó blanco del coraje. Pero también entendió que, por más que lo intentara, Sofía no aceptaría ser su acompañante en la subasta.
—Descansa temprano.
Soltó la frase con un tono cortante, cerrando la puerta de golpe.

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