Pero Alfonso no la llevó al asiento trasero como Sofía había imaginado. Avanzó decidido, guiándola hasta la primera fila y la ubicó justo en el centro.
Sofía parpadeó, incómoda, sin poder ocultar su sorpresa.
Él notó su expresión atónita y, con una media sonrisa presumida, le soltó:
—El lugar lo escogí yo. ¿Qué opinas?
Sofía lo miró, entre divertida y resignada por el aire presumido y la manera en que parecía buscar su aprobación.
Todavía seguía casada con Santiago. Aunque rara vez asistía a eventos de alto nivel y el círculo de la alta sociedad casi no la conocía, no dejaba de temer que algo saliera mal.
Sofía apretó los labios y, con disimulo, jaló la manga de Alfonso. Bajó la voz, casi en un susurro:
—¿Crees que podamos sentarnos más a un lado?
Al notar la mirada de extrañeza de Alfonso, Sofía desvió la vista, fingiendo incomodidad y mirando fijamente la luz del techo.
—Esa luz está tan fuerte que me duele la cabeza —dijo, llevándose los dedos a la sien.
Alfonso se quedó analizando su gesto por un momento, observando cómo se frotaba la frente.
Justo cuando Sofía pensaba que no lograría cambiar de lugar, Alfonso sonrió de medio lado.
—Eso se arregla fácil.
Sin dudarlo, hizo una seña al encargado que estaba cerca. Al poco rato, los condujo a una de las butacas de la derecha, todavía en la primera fila.
Ese asiento tenía encima un enorme panel que bloqueaba la luz, cubriéndolos con una cómoda sombra.
Envuelta en esa penumbra sutil, Sofía por fin pudo relajarse y hasta se le aflojó el ánimo.
El movimiento fue tan discreto que casi nadie se dio cuenta, salvo una mirada aguda que, desde lejos, no los perdió de vista.
En Olivetto, los lugares de la primera fila estaban reservados para la élite. ¿Quién más que alguien con mucho peso podía cambiar su asiento central así de fácil?
Isidora entrecerró los ojos, deteniéndose en la silueta de la pareja sentada en la esquina.
Además… esa mujer…
Súbitamente, sintió que el corazón le daba un vuelco.
¡¿Por qué se parecía tanto a Sofía?!
¿Sería posible que Santiago hubiese traído a Sofía a la subasta y por eso no la había invitado a ella?
Solo de pensarlo, Isidora sintió que la rabia le subía hasta los ojos y casi se pone de pie.
No, seguro estaba confundida. ¿Cómo iba Sofía, alguien tan poco relevante, a aparecer en este lugar?
Por suerte, el sentido común la frenó y solo pudo apretar los puños, sentada más atrás y hacia el centro.
De pronto, un hombre conocido se acomodó en una de las butacas.
La atención de Isidora se disparó.
¿Era… Santi?
Abrió la boca, sorprendida, al ver que Santiago se sentaba junto al asiento central, mientras Rafael ocupaba la derecha.
Al darse cuenta de que no era Santiago quien estaba con esa mujer, respiró aliviada, pero no pudo evitar lanzar otra mirada celosa hacia la pareja en la esquina.
En ese momento, la sombra cubría sus rostros y solo se distinguían las líneas suaves y elegantes del perfil de la mujer. Se parecía tanto a Sofía que Isidora terminó apartando la mirada.
Después de todo, Sofía apenas conocía a un par de personas en Olivetto; Santiago y Rafael eran los únicos de peso. ¿Cómo iba a llegar aquí acompañando a otra figura tan importante?
Santiago se pasó la mano por la mandíbula, con una elegancia casi innata.
En ese momento, Jaime detectó la presencia de Alfonso y le indicó a Santiago:
—Presidente Cárdenas, ¿ese de allá no es el presidente Castillo?
Santiago siguió la dirección de su mirada y, efectivamente, distinguió a Alfonso en la esquina después de mucho tiempo sin verlo.
Pero…
Santiago entrecerró los ojos, posando la vista en la persona junto a Alfonso.
Era un hombre alto, vestido con un traje blanco que le quedaba casi entallado, ocultando a la mujer a su lado.
Solo se alcanzaba a ver el extremo de un vestido rosa que caía hasta el suelo… y en brazos, ¿era una bebé?
Santiago se quedó pensativo.
¿Qué clase de mujer, con una niña en brazos, podría llamar tanto la atención de Alfonso?
No entendía nada, pero al verlos tan cerca, platicando en voz baja, una sensación inexplicable le recorrió el pecho.
Aunque hacía años que no veía a su primo, sabía que Alfonso solía vestir de negro o azul oscuro; casi nunca usaba un traje blanco.
Y además…
Santiago fijó la mirada en la corbata de Alfonso.
Esa piedra rosa brillante… seguro la había elegido para combinar con la mujer que tenía al lado.
Parecían pareja. Así de descarados.

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