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El Valiente Renacer de una Madre Soltera romance Capítulo 143

La luz cálida y tenue del carro envolvía las siluetas de los dos, fundiéndolas en una sola sombra, como si estuvieran pegados el uno al otro, inseparables.

Santiago no apartaba la mirada; sus dedos, ocultos bajo la manga, crujían de la presión con la que los apretaba.

Solo cuando percibió el suave sonido de pasos acercándose, Santiago parpadeó y reprimió la oscuridad que asomaba en sus ojos.

El ambiente a su alrededor se volvió gélido.

Isidora no pudo evitar estremecerse.

Instintivamente, frotó sus brazos desnudos, mirando hacia afuera donde el viento nocturno seguía colándose, y pensó que solo era el frío de la noche.

Aun así, se esforzó por animarse. Sus ojos, tan brillantes como el cielo estrellado, buscaron a Santiago con esperanza.

—Santi, ¿me puedes llevar a casa, por favor?

Arriba de su cabeza, la respiración del hombre seguía tranquila; él no respondió enseguida.

Isidora sintió cómo algo le oprimía el pecho, pero no se dio por vencida y continuó:

—Le pedí a un amigo que me trajera, pero ya se fue antes. Ahora está difícil conseguir un carro.

El aire se quedó quieto unos segundos. Al final, Santiago asintió.

—Ahorita le digo a Jaime que te lleve a casa.

¿Que Jaime la llevara? ¿Y él?

Isidora, que ya iba a tomarle la manga, detuvo el movimiento.

Miró con recelo el semblante duro de Santiago y, al final, no se atrevió a acercarse.

Él mantenía el rostro impasible, sin la menor reacción ante el tono suplicante y dulce de Isidora, como si esta vez le fuera indiferente.

Isidora se sintió incómoda, y después de darle muchas vueltas, solo pudo atribuir la actitud extraña de Santiago a que había visto a Sofía tan cercana con otra persona.

Pensando en eso, el malestar que cargaba se disipó un poco, e incluso empezó a sentir una pizca de satisfacción al imaginar que Santiago debía estar celoso.

—Santi, sé que lo que hizo Sofía no estuvo bien, pero tampoco te pongas tan mal. Ya llevan más de un año separados, puede ser normal que pase algo así… Si te enojas, solo te haces daño. Me preocuparía por ti, ¿sabes?

Sus ojos brillaban de preocupación genuina.

Santiago bajó la mirada y se encontró con la ternura en la mirada de Isidora, tan suave como el agua de un río en primavera. Por primera vez, se le cruzó por la mente esa pregunta absurda: ¿Por qué no es Sofía quien me dice estas cosas? ¿Por qué no hay esa dulzura en los ojos de Sofía?

Ese pensamiento lo sacudió y, de inmediato, lo reprimió.

Le indicó amablemente la dirección con un gesto.

Isidora apretó los labios. Entendió que no podía quedarse más tiempo.

Bajó la cabeza, obediente, y se preparó para marcharse.

Al irse, por inercia alargó la mano hacia la caja de regalo que Jaime sostenía con tanto cuidado.

Apenas sintió el terciopelo bajo sus dedos, el ánimo que se le había bajoneado volvió a elevarse.

Tal vez la noche no había tenido sorpresas, pero al menos se iba con una joya.

¿No era suficiente que Santi gastara cien millones en una joya para ella? ¿Acaso no demostraba eso lo mucho que le importaba?

Seguro solo estaba molesto por culpa de Sofía, con la cabeza hecha un lío.

Al pensar eso, Isidora se sintió más tranquila.

Pero en ese instante, la caja desapareció de su alcance.

Isidora alzó la vista, confundida. Jaime había alejado la caja, sosteniéndola aún más lejos.

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