Sofía se quedó paralizada.
—¿Pasa algo, señor Sánchez?
El señor Sánchez era un hombre de mediana edad. Se llamaba Felipe Sánchez, aunque todos le decían Felipe. Se rumoraba que antes había estado metido en negocios turbios, siempre llevaba una gruesa cadena de oro colgando del cuello y su panza cervecera resaltaba debajo de la camisa. Su cara, marcada por facciones duras, imponía respeto y hasta cierto miedo.
Felipe la miró de arriba abajo, con una sonrisa torcida que apenas y se asomaba en la comisura de sus labios, como quien acaba de encontrar un nuevo juguete.
La mirada de Felipe le hizo a Sofía entrelazar los dedos con fuerza, luchando por disimular su incomodidad.
—Sofía, mira, cuando alguien hace una buena acción, deberíamos agradecerle, ¿no crees?
—No te estamos pidiendo nada del otro mundo, solo que grabes un video de agradecimiento, nada más. No es para tanto, ¿verdad?
En el fondo, lo que Felipe pensaba era simple: el que donó era un millonario que no buscaba dinero, sino fama. Ya que habían recibido algo, había que agradecerle como se debe. Aunque estaba actuando por su cuenta, si lograba que el millonario quedara contento, ¿quién sabe? Tal vez la próxima vez recibirían más cosas.
—¿Y por qué tengo que ser yo?
Sofía no lo entendía. Había muchas otras mujeres mayores que ella, mucho más elocuentes y carismáticas. Ella siempre había sido la callada del grupo, la más reservada, y según las otras, la menos expresiva.
¿Por qué justo ella?
—No quiero nada, así que no hace falta agradecer—dijo Sofía mientras, despacio, devolvía las cosas que tenía en las manos a su sitio. Sí, necesitaba esos artículos, pero si tenía que “agradecer de esa manera”, prefería quedarse sin nada.
Felipe se quedó unos segundos en blanco, como si le costara entender la lógica de Sofía.
De repente, vio que Sofía se daba la vuelta y se marchaba. Felipe reaccionó al instante y le gritó:
—¡El presidente de Grupo Cárdenas dijo que te darán a ti solita cien pesos de apoyo cada mes!
—Ya que hizo una buena obra, ¿cómo no vas a grabar un video de agradecimiento? No se vale, ¿no crees?
Sofía se detuvo en seco.
Felipe dejó ver una sonrisa burlona. “A esta mujer cien pesos la hacen pensárselo dos veces. Y si supiera que en realidad es mucho más...”, pensó con desprecio.
—¿Dices que fue el presidente de Grupo Cárdenas? ¿Cuál presidente Cárdenas?
Sofía giró, y se notaba que algo la inquietaba, como si temiera una amenaza invisible.
Felipe carraspeó y se acercó, bajando la voz:
—¿Quién más va a ser? ¿No sabes que Santiago es el hombre más rico de todo Olivetto?
La voz de Sofía tembló:
—¿Qué? Pero si él es el más rico de Olivetto, ¿por qué de repente va a donar cosas y encima decir que me den a mí sola cien pesos de apoyo? Ni siquiera lo conozco...
“No puede ser, no puede ser, no puede ser que él lo haya descubierto...” El vértigo la invadió. Sentía que el suelo se le movía.
—Si no fuera porque hoy en la mañana te vio barriendo y le diste lástima por ir cargando con un niño, ¿tú crees que una mujer con una cicatriz tan fea en la cara podría llamar la atención del presidente?—Felipe soltó, con desdén.
El corazón de Sofía volvió a su lugar. Así que solo la compadecieron por ser madre soltera.
Y ella, por un instante, había pensado...
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