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El Valiente Renacer de una Madre Soltera romance Capítulo 155

Al notar cómo la mirada de todos cambiaba poco a poco hasta llenarse de respeto, Sofía apenas pudo evitar que una mueca le cruzara los labios.

—Este es Alfonso, el sobrino de Santiago. Llegó a Olivetto hace poco. Como esposa de su tío, no está de más que yo me preocupe un poco por él, ¿no creen?

Su voz sonó tranquila, tan serena que nadie pudo notar el leve temblor en sus manos.

—Claro, la presidenta Cárdenas siempre anda ocupada. Que Sofía se haga cargo de los familiares es lo mínimo que se espera de una esposa, ¿a poco no?

—¿Y desde cuándo hace falta que la señora de la casa cuide personalmente a los invitados? Si aquí hay más empleados que piedras en el río, ¿o no? Lo que pasa es que te estás inventando todo, Sofía. Ustedes dos ya se traían algo desde antes, incluso cuando ni sabías que él era el sobrino de Santiago. ¡Desde entonces andaban juntos!

Isidora no estaba dispuesta a tolerar que Sofía diera vuelta a la situación tan fácil. Se le pusieron los ojos rojos de coraje y le gritó con todas sus fuerzas.

Los ojos de Sofía brillaron un segundo, pero enseguida reprimió cualquier emoción.

Sí, había manipulado la situación. Pero lo de su relación con Alfonso, si lo había conocido antes o después de saber que era el sobrino de Santiago, era algo que Isidora jamás podría probar.

Al final, solo podía quedarse con la rabia atorada en la garganta, soltando acusaciones sin sentido.

Como Sofía supuso, Isidora intentó seguir discutiendo, pero Santiago, con el ceño fruncido de cansancio, hizo una señal para que Jaime la sacara del lugar.

Cuando le sujetaron la muñeca, Isidora se quedó paralizada.

No entendía por qué Santiago actuaba tan diferente. Él, que antes se preocupaba por ella hasta por una cortada, ahora la miraba con absoluta indiferencia.

¿Dónde quedó ese Santi que se angustiaba por cualquier cosa que le pasara?

Mientras la arrastraban fuera, Isidora ya no miraba a Sofía. Ahora, su mirada, cargada de frustración, se clavaba en Santiago.

Pero él ni siquiera la volteó a ver.

Al contrario, le dio la espalda y bloqueó su mirada por completo.

Santiago se detuvo frente a Sofía.

Sus largas pestañas negras bajaron, ocultando cualquier emoción en sus ojos.

—Necesito hablar contigo. Que Alfonso también venga.

Sofía lo encaró, su mirada oscura, imposible de descifrar.

Cuando Isidora la atacó, Santiago no dijo nada. Solo intervino hasta que Sofía respondió.

Santiago, ¿cuánto quieres proteger a Isidora? ¿Cuánto te importa en verdad?

Desde que salió de prisión, las actitudes raras de Santiago a veces la hacían dudar, pero siempre terminaba por desilusionarse otra vez.

Como ahora.

—¿Y de qué quieres hablar? —replicó Sofía, cortante, sin ganas de seguirle el juego.

Santiago se quedó paralizado, sin saber qué decir al ver la distancia en la mirada de Sofía. Un dolor amargo le subió por el pecho, apretándole el corazón hasta casi no dejarlo respirar.

Sus miradas se cruzaron por un instante: una, llena de melancolía y pena; la otra, tan distante como el hielo.

Al final, Alfonso se levantó y se puso entre los dos.

Su figura alta se interpuso, firme.

—No hace falta, tío. Si ella tiene alguna duda, yo puedo explicárselo.

—Tenemos cosas que hacer. Nos vamos.

Sofía parpadeó varias veces, pero no objetó, solo siguió a Alfonso y subió a su carro.

Su silueta se alejó a paso rápido, sin volver ni un instante la vista atrás.

Santiago se llevó la mano al pecho, el dolor lo partía en dos.

No sabía cuándo la Sofía que siempre lo seguía y le obedecía había dejado de estar a su lado.

Jaime, observando la escena, se acercó apenas se fue Isidora para dispersar a los curiosos.

La pelea entre los cuatro terminó dejando solo a Santiago, y nadie se atrevió a murmurar nada sobre el hombre más rico de la ciudad. Pronto, todos se marcharon.

En el carro de Alfonso, el ambiente era tan tenso que casi se podía cortar con un cuchillo.

Alfonso miraba de reojo a Sofía, quien seguía callada, la boca apretada en una fina línea.

La ausencia de palabras lo ponía nervioso, haciendo que hasta el asiento le resultara incómodo.

Por fin, no aguantó más y preguntó:

—¿Qué te pasa? ¿Estás molesta?

Al decirlo, estiró la mano, ansioso por tocar la frente de Sofía.

Pero ella se apartó apenas sintió el movimiento, esquivándolo con naturalidad.

Alfonso bajó la mano, desconcertado, los ojos se le apagaron y la mirada se le fue al piso.

—Sofi, ¿estás molesta conmigo?

Al escuchar ese "Sofi", el corazón de Sofía dio un brinco.

Sin poder evitarlo, alzó la vista y se encontró con los ojos profundos de Alfonso. Había algo en ellos, emociones entrelazadas, tan intensas que parecían envolverla como una red invisible.

—Alfonso... ¿nos conocemos de antes?

La pregunta salió sola, como un susurro, aunque en el fondo no sonaba como una pregunta, sino como una afirmación.

Apenas lo dijo, se sorprendió a sí misma.

Los ojos de Alfonso brillaron con una luz inusual, como si dentro de sus pupilas se encendieran estrellas.

Se inclinó hacia ella, con una emoción desbordante.

—¡Sofi! ¿Te acordaste de algo?

—¡Mírame bien! ¡Intenta recordarlo!

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