—Apenas te trajo de vuelta, ya anda perdido en los brazos de Isidora —soltó Rafael, con una mueca cargada de desdén hacia Santiago y clara burla hacia Sofía.
La mujer apretó los labios, negándose a decir una sola palabra.
Rafael, al notar ese silencio, empezó a inquietarse. Algo no encajaba. De pronto, Sofía alzó la mirada. Sus ojos, distantes y llenos de un filo cortante, se clavaron en él.
—¿Y tú qué? ¿Espiando, tomando fotos a escondidas? ¿Crees que eres mejor que él? ¿En qué te crees superior?
Sofía dejó escapar una carcajada seca y, sin miramientos, pisoteó la foto.
—Lárgate.
La furia le pintó el rostro a Rafael, incapaz de creer lo que veía. Sus ojos recorrían la figura de Sofía, tratando de reconocer en ella a la mujer tranquila y dócil que recordaba. ¿Podía la cárcel transformar tanto a una persona en un año?
La comparación era abismal: de una tierna coneja a una fiera lista para atacar. La desconocía por completo.
...
De pronto, el estruendo al correr las cortinas llenó la habitación.
Sofía se levantó y, de un tirón, cubrió por completo el ventanal, bloqueando la vista de Rafael.
Solo de imaginarlo parado afuera, se le revolvía el estómago.
Dejó escapar un suspiro, cargado de rabia y agotamiento.
Poco después, el sonido opaco de unos zapatos alejándose le indicó que Rafael, por fin, se había ido. El silencio fue absoluto.
Como si le hubieran quitado un enorme peso de encima, Sofía se dejó caer sobre la cama, sin fuerzas.
Las imágenes de la foto —Isidora y Santiago, tan cercanos, tan cómplices— la perseguían en la mente.
Cerró los puños.
Un año había pasado.
Ya no sentía odio, pero sí un enojo que le hervía por dentro.
¿Qué era, en el fondo, lo que sentía por Santiago? ¿Por qué aferrarse a un matrimonio que solo existía en el papel? ¿Por qué la obligó a volver, si en cuanto pudo se fue a los brazos de Isidora?
¿Para él, qué era ella?
¿Un simple adorno para tener en casa?
Sofía desgarró la foto en cientos de pedacitos y los arrojó a una bolsa, prendiéndoles fuego sin remordimiento.
—¿Tan segura estás?
Isidora tardó un segundo en entender, pero enseguida soltó una risa firme.
—¡Por supuesto! No olvides que soy la abogada principal de Grupo Cárdenas. No voy a hacerte quedar mal.
Al oír esto, Santiago no perdió más tiempo y juntos salieron rumbo a la empresa.
...
En la sala de reuniones, el ambiente estaba tenso; todos los presentes sudaban la gota gorda.
Apenas Santiago abrió la puerta, decenas de miradas nerviosas y ansiosas se posaron en él y en Isidora.
Tan pronto los vieron, parecían respirar aliviados, y uno tras otro se lanzaron a hablar.
—¡Presidente Cárdenas, señorita Isidora! ¡Por fin llegaron!
Jaime corrió a abrirles espacio y acomodarles las sillas.
La expresión de Santiago se endureció de inmediato, volviendo al modo de trabajo serio que todos conocían.

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