—Quiero que investiguen quién estuvo detrás de todo esto, no vamos a dejar pasar ni una.
Santiago descargó la mano sobre el escritorio, los dedos casi dejando una marca en la madera fina.
Jaime no se atrevió a quedarse un segundo más y, sin perder tiempo, salió a dar órdenes a su gente.
Cerró la puerta con sumo cuidado, apenas dejando escapar el aire, mientras Santiago se frotaba la frente, tratando de calmar el caos que le revolvía la cabeza y ese enojo que aún le ardía en el pecho.
Lo que más le sacaba de quicio era haber visto el rostro de Bea, tan inocente, expuesto en internet. Sentía como si alguien hubiera pisoteado el pequeño mundo que tanto se había esmerado en proteger.
Y, más allá de ese instinto de querer cuidar a Bea, la imagen de los ojos decepcionados de Sofía seguía taladrándole la mente.
Un temblor involuntario le recorrió los dedos y, sin darse cuenta, rompió la punta de su pluma favorita, dejando un manchón de tinta negra sobre la hoja inmaculada.
De pronto, se levantó de golpe, tomó su saco que colgaba de la silla y salió decidido.
...
El carro negro salió disparado del estacionamiento subterráneo. Santiago no aflojó el volante ni un segundo hasta llegar directo al hospital privado del Grupo Cárdenas.
Al llegar, apenas cruzó la puerta y vio a Sofía, sentada en la cama, con el brazo tembloroso y el cuerpo entero estremeciéndose, se le apretó la garganta.
La luz azulada del celular iluminaba el rostro de Sofía, resaltando su palidez.
Santiago frunció los labios y se acercó para arrebatarle el celular de las manos.
Le bastó un vistazo para entender que Sofía ya sabía todo.
—Ya puse a mi gente a encargarse. Todas las fotos de Bea van a desaparecer.
Dejó el celular boca abajo sobre la mesita más cercana.
—¿Ya saben quién fue?
Sofía alzó la cabeza por fin. Su voz era ronca y tan cortante como una navaja.
Santiago dudó un segundo, leyó el desasosiego en los ojos de ella, pero terminó negando con la cabeza.
—Todavía no tenemos nada seguro.
—Entonces revisa bien a Isidora y Yolanda.
Sofía lo miró directo, retadora, esperando su reacción.
—¿Isidora?
Santiago frunció el entrecejo, desconcertado, pero al ver la sombra en los ojos de Sofía, prefirió guardar silencio.
—Ya le pedí a Jaime que investigue. Ahora lo más importante es que descanses.
Pero esa frase, para Sofía, sonó a que él estaba defendiendo a Isidora.
Ella le dedicó una sonrisa burlona y se recostó, los hombros delgados hundiéndose en la almohada, haciéndola ver más frágil todavía. Pero en cuanto giró el rostro, la tensión regresó, como si de pronto se hubiera llenado de fuerza.
—Sofía...
Santiago la miró con el ceño apretado, frustrado por esa barrera invisible que se alzaba entre ellos.
—Mi vestido fue hecho a la medida, sin ninguna etiqueta de marca. Ahora todo el mundo en internet anda diciendo que usé un vestido pirata de CANDIL. Eso no salió de la nada. La única explicación es que alguien en la casa vio la caja donde lo guardé. Yolanda estuvo en la puerta de mi cuarto. Por eso, ella y Isidora son las primeras en mi lista de sospechosas.


Verifica el captcha para leer el contenido
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Valiente Renacer de una Madre Soltera