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El Valiente Renacer de una Madre Soltera romance Capítulo 23

Sofía, con Bea en brazos y los ojos llenos de lágrimas, se acercó a los oficiales.

—Hace unos días me acusaron de quedarme con una cadena de oro que jamás vi, y ahora que están investigando lo que pasó en esta calle, ¿podrían ayudarme a demostrar mi inocencia?

Los dos policías se miraron en silencio.

Cinco minutos después, Sofía ya había redactado una declaración explicando la situación.

—Recibimos tu declaración. Vamos a revisar todo cuidadosamente. Si lo que dices es cierto, te daremos una respuesta. Además, hablaremos con tu trabajo para que cancelen cualquier sanción en tu contra. Les pediremos que retiren el castigo —afirmó uno de los oficiales.

Carolina miró a Sofía, completamente atónita.

Con voz temblorosa y desesperada, gritó:

—¿Qué tonterías estás diciendo, Sofía? ¡Así que eras tú! ¿Eso es lo que te trae aquí? ¿Nomás porque te desconté tres mil pesos te las guardaste contra mí? Mira, yo ni siquiera fui la que te quiso fregar, la que va contra ti es...

—¿Quién es? —interrumpió Sofía, ansiosa por saber la verdad.

Pero Carolina se quedó callada justo cuando iba a revelar el nombre. Su cara perdió todo el color, como si se le escapara un secreto que no debía salir a la luz.

Al ver eso, Sofía entendió que no tenía caso seguir preguntando.

Respiró hondo y le contestó:

—Señora Carolina, ¿de veras acaba de decir que ‘nomás’ me quitó tres mil pesos? ¿Sabe lo que eso significa? No es solo dinero, es lo que me mantiene viva junto a mi hija. Es lo que me gané a pulso, barriendo calle por calle. Si hasta el dinero de los que limpiamos las calles le quita el sueño, ¿qué no será capaz de hacer? Si hoy terminó así no es por mi culpa, sino porque usted quiso pasarse de lista.

Carolina se quedó en shock, sin poder responder ni una sola palabra.

Unos minutos después, la subieron a la patrulla y la sirena se alejó por la calle.

—Señorita Rojas, ya no hay que llamarla señora Carolina. Carolina ya fue. Hizo lo que no debía y no merece volver a ese puesto —comentó la matriarca, acercándose a Sofía y dándole una palmada en el hombro para consolarla.

—Sofía, ¡qué valiente fuiste! —dijeron varias compañeras, levantando el pulgar en señal de apoyo.

Pero Sofía no se sentía triunfadora. Solo sacudió la cabeza, todavía temblando. Sabía que sin la ayuda de la matriarca, no habría logrado nada.

Todo lo que hizo fue por Bea, por seguir viviendo con ella en Olivetto.

Antes de irse, la matriarca se acercó de nuevo.

—Gracias, niña. Me salvaste de un gran problema. ¿Hay algo que quieras en recompensa?

Sofía negó con la cabeza.

—Él ya no está. Para mí, está muerto.

La matriarca la miró en silencio un instante y luego soltó un suspiro.

—Que Dios te ayude a superar todo esto.

La abuelita se alejó, mientras Sofía apretó a su hija contra el pecho y volvió a tomar la escoba. Sin decir nada más, siguió barriendo la calle.

...

[Sofía, el presidente Cárdenas nos pidió que te cuidemos especialmente.]

[¿Crees que solo porque estás embarazada van a sentir lástima por ti? ¡Ni lo sueñes! El más rico de Olivetto, Santiago, nunca va a aceptar como hija a una niña nacida de una exconvicta.]

...

Esas frases retumbaban en la cabeza de Sofía como truenos, imposibles de olvidar.

Apretó los labios con tanta fuerza que se lastimó y se hizo sangrar.

La Sofía de antes, la abogada brillante rodeada de flores y aplausos, parecía cada vez más lejana en el tiempo.

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