—¿Agradecerte? ¿Agradecerte qué? ¿Que fuiste tú quien se paró a mentir en el juicio y me echó tras las rejas? ¿O porque durante años jugaste con mi confianza y luego le diste todo mi trabajo a Isidora, y justo cuando más te necesitaba me apuñalaste por la espalda?
Sofía mantenía la mirada fija en Rafael, pero lo único que sentía era asco.
Era como la historia del campesino y la serpiente; una y otra vez, Sofía se repetía que nunca debió confiar de esa forma.
Ella y Rafael crecieron juntos, inseparables desde niños. Cuando la familia Garza lo despreció, fue Sofía quien se quedó a su lado, creyendo que, gracias a su talento, él podía llegar lejos sin depender de ellos. Día tras día, lo vio convertirse en ese genio de los negocios que todos admiraban, tan fuerte y capaz como Santiago.
Pero justo cuando Rafael ya tenía el mundo a sus pies, decidió destruirla.
Para Sofía, Rafael no era solo su mejor amigo; era casi su única familia fuera de su madre y su hija. De niña, nunca tuvo muchos amigos. Las chicas populares seguían a Isidora y la dejaban fuera. Pero a Sofía no le importaba, porque tenía a su “hermano” mayor, su confidente, el único que parecía entenderla.
Y ahora...
—Me das tanto asco que no puedo ni verte a la cara —le soltó, sujetando a Bea con fuerza mientras pasaba junto a él.
Sofía lo empujó a un lado y siguió de largo.
—Sofi, sé que jamás me vas a perdonar, pero eso ya no importa. Ahora puedo protegerte, aunque Santiago quiera hacerte daño, ya no podrá —aventó Rafael, con la voz quebrada y los ojos enrojecidos. Sus ojos brillaban, hermosos y tristes, como si todo su dolor pudiera redimir lo que había hecho.
Pero Sofía solo sentía rabia y desprecio.
—Guárdate tus trucos de actor para Isidora —le tiró, esforzándose por soltarse. Por un momento, pensó en abofetearlo, pero el miedo a represalias, a que algo le sucediera a Bea, la detuvo.
Tener una hija la volvió vulnerable. Sofía se alejó dando unos pasos más, luchando por no mirar atrás.
A lo lejos, el asistente de Rafael la observaba, sorprendido y con una pizca de lástima en la mirada.
Ahora hasta el perro de Rafael se sentía superior a ella. Sofía soltó una carcajada amarga.
—Dile a tu perro que se quite del camino —le dijo, sin miramientos.
Rafael apretó la mandíbula, pero terminó haciendo una seña para que el asistente se apartara.
El asistente, obediente, se hizo a un lado.
—Sé que no te vas a ir conmigo, pero está lloviendo a cántaros. Puedo mandarte un carro para que regreses —insistió Rafael.
—Rafael, vine a buscar a Santiago, tengo asuntos pendientes con él. No tienes por qué jugar al héroe con Isidora de por medio —le reviró Sofía, sin detenerse.
Pero Rafael le gritó desde atrás:
—Sofi, no lleves a la niña con Santiago. ¡Isidora está embarazada! Tú y tu hija solo serán un estorbo para ellos.
Sofía se tambaleó un instante, pero no volteó. Sin embargo, tampoco se dirigió a la recepción de Grupo Cárdenas, sino que se fue directo a la salida.
...
—Señor Garza, ¿desde cuándo Isidora está embarazada? Yo no sabía nada —susurró el asistente, incrédulo. Él era el encargado de conseguir información para Rafael, ¿cómo era posible que no se hubiera enterado antes que su jefe?
Por suerte, Bea tenía la ropa de abajo seca. Sofía solo le quitó el abrigo empapado, la envolvió en la toalla y se limpió como pudo.
Cerró los ojos un momento, pero el ardor en la frente y el cuerpo que le temblaba le advirtieron lo peor.
Estaba a punto de enfermarse.
Año y medio en prisión la habían dejado débil. Cada vez que se mojaba, inevitablemente se enfermaba. Pero no podía darse el lujo de desfallecer, no con Bea a su lado.
El conductor la observaba por el retrovisor. Vio cómo varias veces Sofía estuvo a punto de desmayarse, pero siempre se pellizcaba la pierna para obligarse a seguir despierta.
Detrás del cubrebocas y la gorra, los ojos de Rafael se llenaron de asombro. Aquella niña que antes buscaba mimos al enfermarse, ahora era una mujer distinta.
¿Qué le habían hecho en la cárcel para cambiarla así?
Rafael bajó la mirada hacia la cicatriz en la cara de Sofía. Sentía un dolor punzante, como si miles de agujas se le clavaran por dentro.
Si acaso quería culpar a alguien, que culpara a Santiago. Él solo había sido su cómplice.
Sofi, nunca quise hacerte daño...
De pronto, Rafael se fijó en la pequeña que dormía en brazos de Sofía. No tenía duda: esa niña era hija de Santiago.
¿No que Isidora había dicho que Santiago y Sofía estaban a punto de separarse? ¿Cómo era posible que Sofía hubiera tenido un hijo suyo y que lo hubiera criado sola...?
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