—Papá, ya que volviste… Aunque Sofía no quiera donarme sangre, las cosas que dejó la abuela siempre han sido muy importantes para ella. Mejor devuélveselas —dijo Isidora, con una expresión tan comprensiva que Oliver no pudo evitar sentirse aún más decepcionado de Sofía.
—Isi, después de lo que te hizo, tú sigues preocupándote por ella. Eres igualita a tu mamá, tan noble —aventó Oliver, aunque de inmediato se trabó, desvió la mirada y cambió el tema de golpe—. Pero esta vez no puedo cumplirte, hija. Si ella insiste en ponerse en mi contra, entonces menos voy a darle gusto.
Ivana se quedó mirando un segundo, confundida, pero no tardó en secundar a Oliver:
—Si ya quiere romper con la familia Rojas, ¿por qué las cosas de la familia tendrían que ser para ella?
—Además, escuché que mi mamá le dejó una lana enorme. Si ya no es de los Rojas, ni hija nuestra, que regrese todo ese dinero.
Ivana levantó la cabeza, destilando puro desdén hacia Sofía.
Isidora soltó un —Ah…— y puso cara de arrepentimiento, como si lamentara haber metido la pata al intentar hacer el bien. Pero al bajar la vista, sus largas pestañas ocultaron el destello de satisfacción que se asomaba en sus ojos.
Sofía, esta vez te salvaste, pero a ver si la próxima tienes la misma suerte…
Todavía seguían maldiciendo a Sofía en la habitación, hasta que llegó Jaime y por fin se calmaron.
...
Mientras tanto, Santiago llevaba ya rato fuera, pero seguía sin animarse a cruzar la puerta del hospital. Cuando por fin salió, se quedó parado al ver una silueta que reconoció de inmediato. Algo lo detuvo en seco y no pudo dejar de mirar hacia allá.
...
—Sofi, ¿cómo lo hice? ¿Estuve bien? —preguntó Alfonso apenas salieron del quirófano, guiñándole un ojo con una actitud juguetona.
—¿Sofi? —repitió Liam, frunciendo el ceño, con un tono que no disimulaba su molestia.
Alfonso le lanzó una mirada rápida y la sonrisa se le borró un poco de la cara.
Sofía, sin poder evitarlo, recordó ese momento cuando Alfonso le susurró algo al oído durante la operación y sintió el calor subirle a las mejillas.
—Ejem… ¿No van a regresar? —dijo, tosiendo para desviar la atención.
Alfonso volvió a mirarla, los ojos le brillaban como los de un perro emocionado.
—¿No quedamos en que íbamos a ir a la casa de los Rojas a recuperar tus cosas? —se frotó las manos, animado—. Tranquila, Sofi, no hay nada que yo no pueda conseguir.
A pesar de su entusiasmo casi infantil, había una chispa peligrosa en su mirada que no pasaba desapercibida.
Liam los miró de reojo; ver la confianza entre Alfonso y Sofía le produjo un extraño sabor amargo. No pudo evitar preguntarse si, tal vez, ya estaba demasiado grande para Sofía, si por eso no había tanta cercanía entre ellos…
—No hace falta que tú vayas —contestó Sofía, a medio camino entre la risa y la resignación.
Si Alfonso se metía, seguro la familia Rojas terminaría patas arriba.
—El señor Castillo a veces se pasa de impulsivo, mejor voy contigo —propuso Liam, mirando a Sofía con una intensidad que la hizo sentirse incómoda.
Ella solo sonrió, algo apenada.
—De verdad, yo puedo sola.

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