Sofía apoyó ambas manos en el pecho de Santiago. Lo primero que salió de sus labios fue una frase cortante.
Santiago se quedó helado al instante. Alzó la mirada y de reojo clavó los ojos en Isidora.
Al notar la reacción de Santiago, Isidora frunció los labios, haciendo puchero, y murmuró con voz lastimera:
—Si Sofía no quiere disculparse conmigo, pues que no lo haga… Pero empeñada en arrodillarse sola, diciendo que lo haría por dos horas, y por más que quise detenerla, no hubo manera. Al final, resulta que lo hizo para que Santi la viera, ¿no?
Con esas palabras, le echó toda la culpa a Sofía, insinuando que solo estaba fingiendo para ganarse lástima.
Sofía abrió los ojos de par en par, como si mirara a una extraña.
¿De verdad esta era la chica a la que había tratado como una hermana de sangre hace años?
—¡Jaime! —llamó Santiago, su voz tan seca como un golpe de látigo.
Jaime enseguida se adelantó y explicó lo que había pasado desde el principio.
—Fue la señorita Isidora…
Esa frase bastó para destapar la mentira de Isidora.
Isidora se quedó pálida como una sábana, tratando de defenderse:
—Jaime y Sofi están en el mismo bando…
Pero al encontrarse con la mirada cortante de Santiago, la voz se le apagó de golpe y solo pudo bajar la cabeza.
—Santi, yo…
Santiago se acercó a Sofía, como si quisiera explicarse.
No era eso lo que él quería. Su intención era que ambas reconocieran sus errores, para así bajarle un poco el orgullo a Sofía, hacerla recapacitar y que dejara de desafiarlo tanto…
Sin embargo, apenas empezó a hablar, Sofía lo interrumpió de golpe.
—¡Lárgate!
Sentía que las piernas ya no le respondían, trastabilló varias veces antes de lograr ponerse firme. Pero al ver que Santiago intentaba acercarse, sacó fuerzas de algún rincón y lo empujó con toda su rabia.
Santiago perdió el equilibrio y retrocedió medio paso, sorprendido.
—¿Ya estuvo bueno del teatro, no crees?
La voz de Sofía sonó áspera y quebrada, con una risa irónica que destilaba puro cansancio.
—¿Orgullo? ¿Crees que todavía me queda algo? ¿No fuiste tú el que se encargó de quebrarlo pedazo por pedazo?
Alzó la cabeza, la piel pálida haciendo resaltar la cicatriz rosada en su mejilla.
Los ojos de Santiago temblaron. Quiso decir algo, pero sintió como si una mano invisible le apretara la garganta.
—Tú…
—La disculpa que tanto querías, ya la di. Y de rodillas, para que todos la vieran.
—¿Quién te dio derecho a tocar a mi esposa?
Su voz era baja y densa, tan pesada que helaba hasta los huesos.
Isidora sintió que el cuero cabelludo se le erizaba.
Además de la presión de Santiago, sentía los ojos de todos los presentes clavados como agujas en su espalda.
—Santi… —murmuró, casi sin voz, implorando compasión.
Santiago no se movió ni un centímetro. Jaime, viendo la tensión y temiendo el escándalo, se apuró a dispersar a la multitud.
En cuestión de minutos, un nubarrón cubrió todo Grupo Cárdenas. Nadie se atrevía a levantar la cabeza, caminaban de puntillas, con miedo de cometer el más mínimo error.
En el centro de todo ese caos, Isidora bajó la cabeza, incapaz de mirar a nadie.
Mientras tanto, la mente de Santiago ya estaba muy lejos de ahí…
...
Afuera, el sol abrasador apenas lograba mitigar el dolor en las piernas de Sofía.
No tenía idea de lo que ocurría tras su partida. Solo siguió caminando, rígida, por la calle.
Apenas llegó a la esquina donde podía tomar un taxi, sonó su celular.
—Señorita Rojas, el señor Castro acaba de despertar.

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