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El Valiente Renacer de una Madre Soltera romance Capítulo 84

Joel tenía una sonrisa burlona en la comisura de los labios.

Al principio pensó que podría tratar a Santiago como a cualquier jefe común y corriente.

Cuando se enteró de que la abogada Rojas había terminado en prisión por supuestamente robar información confidencial del Grupo Cárdenas, aunque no conocía todos los detalles, confiaba ciegamente en el carácter de Sofía y en el afecto genuino que sentía por el presidente Cárdenas.

—Imposible —se repetía—. Cualquiera podría traicionar al Grupo Cárdenas, menos Sofía. Jamás haría algo que lo dañara.

La vida los volvió a cruzar, pero no como él esperaba. La vio a las afueras de la firma, siendo acosada por Rafael.

Ahora, Sofía tenía una niña a su lado. Una niña que, curiosamente, se parecía bastante a Santiago.

Pero esa misma abogada Rojas, tan buena gente, terminó siendo empujada a la calle por culpa de Santiago.

Joel apretó los puños, sintiendo rabia e impotencia.

Jaime quedó atónito por la respuesta que acababa de escuchar. Su mirada era una clara advertencia:

—Abogado Castro, enojar al presidente Cárdenas no te va a traer nada bueno.

Joel cerró los ojos un momento.

Con una deuda de treinta millones de pesos a cuestas, ya había probado el peso de las decisiones de Santiago.

—¿No puedes con la verdad, Jaime? ¿O es el presidente Cárdenas el que no tolera escucharla?

Su tono era ácido, casi cortante.

Las palabras dejaron a Jaime empapado en sudor.

Lo miró con extrañeza.

—¿Este es el mismo abogado Castro que conozco? —pensó—. Pasó de ser un novato tímido a convertirse en el favorito de la firma, siempre pulcro y educado.

Había visto a Joel brillar en la corte, defendiendo con fuerza a sus clientes, pero nunca lo había visto tan filoso, como si de pronto le hubieran brotado espinas.

—¿Y la niña?

Jaime, tratando de recobrar la compostura, preguntó de nuevo.

—No te incumbe —cortó Joel, señalando la puerta entornada—. Si ya no tienes nada más, por favor sal.

—¿De quién es esa niña?

Jaime insistió, casi desesperado.

Joel soltó una risa despectiva:

—No pienso responderte.

Dicho esto, giró el rostro, dejando claro que no quería seguir hablando.

Viendo que no sacaría nada más, Jaime se resignó y salió del cuarto, no sin antes dejar sobre la mesa una carpeta.

...

Los recuerdos se detuvieron ahí. Joel dejó que la llave, con sus bordes filosos, le marcara la palma de la mano.

Sofía se había ido.

Sintió un vacío amargo en el pecho.

Abrió la carpeta que Jaime había dejado sobre la mesa. Era un contrato de rescisión, cortado en dos mitades.

Al final, encontró una hoja: el Grupo Cárdenas anunciaba que no seguiría persiguiendo a Joel por romper el contrato. Incluso ofrecían invertir una fuerte suma para apoyar su despacho.

Abajo, una hoja de cheques en blanco.

Joel la sostuvo entre los dedos, esbozando una sonrisa amarga. Por primera vez, se sintió completamente inútil.

Casi sin pensarlo, desbloqueó su celular. Un antiguo colega de la firma, con quien todavía mantenía cierta amistad, le había mandado una foto.

Antes de salir a buscar empleo, había contado el dinero que le quedaba.

Incluso si se hospedaba en el hotel más barato, solo tenía suficiente para dos o tres noches. Sin contar las comidas de ella y Bea.

Podría aguantarse el hambre, pero Bea era apenas una bebé. Y la leche en polvo que le regaló Teresa ya estaba a punto de acabarse.

Con el ánimo por los suelos, Sofía sintió de repente que un carro lujoso pasó a toda velocidad rozándola.

Asustada, se orilló hacia la banqueta para evitar ser atropellada.

Pero el carro seguía ahí, rodeándola como un depredador.

Sofía se dio cuenta de que la estaban siguiendo.

Miró con atención a la persona detrás del cristal. Cuando reconoció el rostro burlón, todo su cuerpo se tensó.

Apretó más fuerte a Bea, bajó la cabeza e intentó escapar rápido.

Pero en ese instante, la puerta del carro se abrió de golpe, bloqueándole el paso.

—Vaya, Sofía, el mundo es un pañuelo —dijo una voz.

Una pierna larga y blanca salió del carro, calzando unos tacones de diseñador.

Isidora, quitándose los lentes de sol y lanzándolos al asiento, la miró con una mirada afilada, clavada en el bulto que Sofía protegía celosamente.

Pero Sofía no soltaba a Bea, envuelta en una manta que no dejaba ver nada.

—¿Sabes a quién te pareces ahora, Sofía? A una pobre diablilla que nadie quiere —aventó Isidora, sin rastro de amabilidad.

Ya sin Santiago cerca, ni fingía el papel de la buena.

Sofía retrocedió con cautela.

De pronto, su mirada se posó en los tacones de Isidora, y luego, despacio, en su vientre plano...

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