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El Valiente Renacer de una Madre Soltera romance Capítulo 86

En realidad, el famoso “documento” no era más que un sobre, y dentro de ese sobre, una sola hoja: un cheque por un millón de pesos.

—Esto es una compensación de parte del presidente Cárdenas —explicó Jaime, con esa formalidad que a Sofía siempre le había parecido tan forzada.

Sofía contempló el cheque. Se le heló la sangre, retrocedió un paso y dejó que el papel cayera lentamente al suelo, como si quemara.

Jaime se quedó pasmado ante su reacción, se agachó para recoger el cheque y se lo ofreció otra vez.

Pero Sofía ni siquiera movió la mano para tomarlo. Su mirada, cargada de sarcasmo, lo atravesó como una lanza.

Jaime se quedó con la mano extendida en el aire, sin atreverse a insistir.

Sofía lo fulminó con la mirada.

—Si esto es para compensarme por arrodillarme, ¿qué tal si yo pago un millón para que Santiago se arrodille ante mí? ¿Crees que aceptaría?

—¡El presidente Cárdenas jamás se arrodillaría! —Jaime exclamó, casi por instinto, y de inmediato se le subió el color al rostro, como si entendiera lo que acababa de decir.

—Exacto. Ninguno de ustedes aceptaría humillarse por un millón de pesos, ¿por qué tendría que hacerlo yo? ¿Acaso nací para ser menos que ustedes?

Jaime no supo qué responder. Sentía que lo arrinconaban y, aun así, se apartó para dejarle el paso libre.

Bea, que hasta entonces había estado escondida entre los brazos de Sofía, asomó la carita. Al ver ese pequeño rostro, Jaime no pudo evitar estremecerse.

¿Cómo era posible que el presidente Cárdenas siguiera dudando de la paternidad de esa niña? Era como si la hubieran sacado del mismo molde.

Justo en ese momento, un murmullo recorrió la multitud.

—¿Esa no es la famosa abogada Isidora? ¡La que está en boca de todos últimamente!

—¡Claro que sí! Es la abogada Rojas. Me encanta cómo lleva los casos.

—No solo es guapa, también tiene talento. Es la primera abogada que el presidente de Grupo Cárdenas y el millonario Olivetto consideran indispensable.

Varias personas sacaron su celular para tomar fotos. Los flashes parpadearon, deslumbrando a todos.

Sofía reaccionó de inmediato y cubrió a Bea con su cuerpo, protegiéndola de la atención.

“Abogada Rojas”. Así la llamaban antes. Ahora, desde las sombras de la multitud, Sofía miraba a Isidora, que lucía satisfecha pero también irritada.

De pronto, alguien comentó en voz alta:

—¿Guapa, ella? La verdadera belleza era Sofía, la exjefa del departamento legal de Grupo Cárdenas.

—Dicen que cuando Sofía fue a la cárcel, Isidora no solo se convirtió en la nueva jefa, sino que hasta se metió con su cuñado. Eso sí que es bajo.

Sofía alcanzó a oír cómo Isidora explotaba:

—¡Ya dejen de tomar fotos! ¡Les dije que no graben!

Furiosa, Isidora aventó su bolso contra su carro deportivo, haciendo un ruido seco y fuerte. El flamante carro rosa, de edición limitada, quedó con un rayón profundo, pero a ella ni le importó. Cerró la puerta de un golpe.

Jaime, que nunca la había visto perder el control de esa manera, se quedó de piedra, incapaz de reaccionar.

El sonido de los celulares tomando fotos se hizo aún más intenso.

Jaime al fin despertó de su estupefacción y, con mucha prisa, se encargó de reunir a las personas presentes para revisar uno a uno los celulares y asegurarse de que no quedara ningún video ni foto que pudiera afectar la imagen de Isidora.

Después de todo, señorita Isidora era ahora la carta fuerte de Grupo Cárdenas; cualquier noticia negativa era un golpe para la empresa.

Cuando terminó de controlar la situación, Jaime se apresuró a volver la mirada hacia Sofía, que ya se marchaba con Bea.

A su parecer, la señora era demasiado terca. Podía regresar y vivir rodeada de lujos, pero prefería experimentar el sabor amargo de la vida común.

Jaime asintió, animado.

—Enseguida lo arreglo.

Salió cerrando la puerta tras de sí.

Santiago, rodeado de papeles, no podía concentrarse. Soltó el aire con resignación y fue a pararse frente a la ventana.

El recuerdo de Sofía, arrodillada en el lobby, se le clavaba en el pecho.

...

Mientras tanto, Sofía recibió una llamada inesperada.

—Señorita Rojas, este mes ya depositamos treinta mil pesos de la fundación a su cuenta —le informó, con tono amable, la abogada de la familia.

Sofía no podía creerlo.

¿Ivana había cedido, al fin?

Fuera como fuera, ese dinero era lo único que le quedaba de su abuela. Y con treinta mil al mes, por lo menos podía cubrir los gastos de Bea.

Sintió cómo la presión en el pecho se aliviaba por fin.

Ya no necesitaba salir corriendo a buscar trabajo. Era tarde, no tenía dónde vivir, así que se llevó a Bea a un hotel sencillo por esa noche.

—Señora, aquí está su llave —le dijo la recepcionista.

El cuarto era limpio y ordenado. Sin embargo, cuando llegó la noche y Sofía se disponía a acostarse, Bea empezó a quejarse del estómago. Se le notaba decaída, sin energía.

Sofía le cambió el pañal, pero nada ayudó. Tuvo que salir a buscar una farmacia 24 horas para comprarle medicina para el malestar.

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