—Presidente Cárdenas, ¿qué hacemos? Si quiere, bajo a ayudarle un poco —comentó el conductor, con un dejo de compasión.
Él también tenía hijos, y no soportaba ver ese tipo de escenas.
Santiago no alcanzó a responder, cuando Isidora frunció el ceño y soltó:
—Tú eres el chofer de Santi, ¿cómo vas a rebajarte a hacer ese tipo de cosas? Andar barriendo la calle sería una vergüenza para Santi. Mejor dale la vuelta, ¿no?
—Esto… Presidente Cárdenas, ¿qué le parece si esperamos dos minutos más? Solo dos minutos y ella termina de limpiar —insistió el conductor, pues cualquiera podía ver que el tramo de la calle era angosto, y si intentaban rodear, toda el agua acumulada por la lluvia caería directo sobre esa mujer.
Había llovido toda la noche. El agua estaba sucia, sí, pero con el frío que hacía…
Seguro se iba a enfermar.
Y todavía traía a su hija con ella.
—La culpa es del clima, llovió toda la noche. Si ella decidió barrer justo esta calle inundada, no es nuestro problema. No es que tengamos algo contra ella, es que hasta Diosito parece estar en su contra —remató Isidora, haciendo un gesto de fastidio.
Al notar el silencio de Santiago, Isidora se removió inquieta y, fingiendo resignación, agregó:
—Santi, no es que no me dé lástima, solo que…
Antes de que terminara, la voz de Santiago, cortante y lejana, interrumpió:
—Solo es una barrendera. Sigue adelante.
—Ya sé, te preocupa que lleguemos tarde a la reunión —murmuró, acariciando la mano de Isidora con ternura, pero al girar la cabeza, su voz volvió a ser dura—. ¿Qué pasa, no me escuchaste?
El conductor se estremeció, apretó los dientes y pisó el acelerador.
El carro pasó a toda velocidad, levantando el agua estancada, que voló por el aire y solo unas gotas regresaron al asfalto.
La mujer quedó paralizada, como si el frío la hubiera congelado, apenas alcanzó a proteger con los brazos lo que llevaba en el pecho.
Ni siquiera tuvo fuerza para levantar la escoba caída.
El carro desapareció entre el bullicio de la ciudad.
Isidora, desde el asiento trasero, se asomó al retrovisor y una sonrisa de satisfacción se dibujó en su cara.
—Mira nada más, una simple barrendera queriendo interponerse en mi camino y en el de Santi, por favor…
—Buaaa, buaaa—
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