Apenas Esther terminó de hablar, Silvia objetó: —No estoy de acuerdo. Irás a morir.
Esther suspiró y dijo: —Pero quedarme en Brisa del Río es igual a esperar mi muerte.
Ese hombre estaba decidido a matarla, incluso, si llegara a enterarse de la existencia de los niños, tampoco los dejaría en paz.
—Podrías salir del país.— Sugirió el Sr. Noé.
—¿Salir del país me mantendrá a salvo de ese hombre? Solo me expondría más rápido.— Contestó Esther a la vez que esbozaba una amarga sonrisa.
—¡Maldito! Nunca he conocido a un hombre tan rencoroso. ¡Ojalá se quede solo toda su vida! —Exclamó Silvia, la cual estaba realmente enfurecida.
Ellos habían visto cómo Esther había reunido todo su valor para dar a luz a los niños y cuántos esfuerzos había hecho para criarlos.
Estudió arduamente, dominando cada habilidad mejor que cualquiera. Además de su talento innato, su dedicación y esfuerzo eran la clave de su éxito.
Durante esos años, su promedio de sueño no superaba las cinco horas diarias, pues siempre estaba absorbiendo conocimientos, todo eso solo era para tener más recursos para sobrevivir y ofrecerle a sus hijos una vida mejor, pero ese despreciable hombre la había empujado a un punto en el que no había un lugar donde encontrar refugio.
Esther bajó la mirada, ocultando la tristeza en sus ojos y dijo: —Ir a Ola de Plata es la mejor opción. Él tiene su atención en otros lugares, por tanto, nunca imaginaría que estoy en Ola de Plata. Incluso si algún día me encuentra, lo peor que podría pasarme es que me mate, pero no dañaría a los niños.
El delgado anciano finalmente se enfadó y exclamó: —¡Tonterías! ¿Qué clase de palabras son esas? Eres nuestra querida discípula, ¿piensas que porque otros digan que te matarán, así de fácil lo harán?
Esther vio cómo el bigote del viejo se levantaba de la ira y rápidamente trató de calmarlo: — Profesor, no se enoje, solo es una suposición. Quizás nunca me encuentre. Además, si lo hace, con mis habilidades, puedo escapar.
En eso, Esther tenía total confianza, lo que realmente le dolía era pensar en los niños, que probablemente tendrían que vivir huyendo con ella. Ese pensamiento le partía el corazón.
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