Esther, la madre de Ofelia, llegó de última, aunque era la más preocupada.
Ya eran las once de la noche y los dos niños deberían estar durmiendo profundamente. ¿Cómo era posible que Ofelia estuviera despierta? ¿Y cómo había logrado abrir el armario del profesor?
Conociendo bien a su hija, Esther sabía que Ofelia siempre había mostrado un gran interés por el armario del profesor, y esa puerta cerrada con candado siempre le había parecido a la niña una especie de tesoro escondido, por eso, Esther tenía razones de sobra para sospechar que Ofelia había planeado eso desde hacía tiempo.
Pensando en esa pequeña audaz e ingeniosa, Esther no pudo evitar sentirse abrumada. Sin embargo, Ofelia seguía siendo solo una niña, y Esther estaba consumida por la preocupación.
Mientras reflexionaba, sin darse cuenta ya había llegado a la casa del profesor.
Esther había imaginado que encontraría a Ofelia inconsciente, pero allí estaba la niña, sentada tranquilamente en la cama del profesor, mientras varios mayores la rodeaban, tratándola con el mismo cuidado que a un tesoro nacional.
—Ofelia, mi amor, ¿te duele algo?— Preguntó Silvia con una voz suave y amable.
Ofelia negó con la cabeza a la vez que respondía: —No me duele nada.
La voz del maestro estaba al borde del llanto cuando indagó: —Ofelita, dime, ¿cuántos de esos... dulces... has comido?
La pequeña pensó un momento y levantó sus dos manitas, indicando: —Me comí dos.
Al oír esa respuesta, el anciano se dejó caer al suelo, pálido.
Esther miró al anciano y le preguntó: —Profesor, ¿ahora sí me puede decir qué guardaba en ese armario?
Sabía que los ancianos de Brisa del Río guardaban muchos secretos y en esos cinco años, había llegado a conocer la mayoría de ellos, pero el secreto del armario del profesor siempre había estado fuera de su alcance.
El Sr. Noé lo miró con frialdad, mientras que Silvia, que también lucía enojada, dijo: —Si lo hubieras dicho antes, Ofelia no habría sentido curiosidad.
El anciano se secó el sudor de la frente y comenzó a hablar: —Esther, tú sabes que la Orden Divina tenía dos ramas en su origen, una de ellas es nuestra Rama Divina, y la otra era la Rama Oscura. Hace quinientos años, un líder corrupto de aquella rama causó un gran desastre y esta fue erradicada. La herencia de la Rama Oscura ha sido un secreto desde entonces y lo que había en el armario era esa herencia, y las dos pastillas que Ofelita comió son el veneno que debía tomarse al ingresar a la Rama Oscura. Así que ahora, si queremos salvar la vida de Ofelita, solo podemos pedirle que practique la herencia de la Rama Oscura.

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