Ángel casi se resbala al llegar a la puerta y por poco se cae al suelo.
Logró agarrarse del marco de la puerta justo a tiempo, mirando a Tristán como si hubiera visto a un fantasma. No solo él, sino que también Benjamín y Esther de repente abrieron los ojos muy grandes.
Benjamín miraba al hombre con la mirada pura y clara de un niño, como un pequeño animal asustado. Con su inocencia y sorpresa, resultaba especialmente adorable.
Tristán en realidad pensaba que el niño lo llamaría papá con alegría. Pero en el siguiente instante, este apretó los labios, puso una cara seria y salió corriendo hacia Esther. Escondió su rostro en los brazos de ella, y cuando Tristán se dio la vuelta, solo pudo ver la parte trasera de unos rizos.
Tristán levantó ligeramente una ceja preguntándose si el pequeño era tímido.
Esther abrazaba a Benjamín, mirando al hombre con una expresión de susto, pensando qué rayos pretendía. Había estado buscándolos durante cinco años, y en aquel momento que se encontraban, actuaba de esa manera, ¿a quién estaba tratando de asustar?
Tristán sabía que su comportamiento podía resultar difícil de aceptar, y siendo honesto, él mismo lo encontraba un poco incomprensible. Tal vez, desde el primer momento en que vio a la madre y al hijo en el aeropuerto, sintió algo especial por ellos. Así que, al saber que en realidad compartían un lazo inquebrantable con él, se sintió impulsado a intentar tenerlos a su lado.
—Tengo que irme, mañana volveré a verlos, descansen bien.
Pensó que debía darles tiempo para asimilar todo y estar allí solo les pondría más presión.
Tristán salió y Ángel seguía sorprendido, plantado en su lugar, siendo incapaz de reaccionar. ¿Qué había escuchado? ¿Papá? ¿El señor había reconocido a ese niño?
—¿Aún no vienes?
Al ver que Ángel no se movía, Tristán lo llamó.
Ángel, sobresaltado, volvió en sí rápidamente, cerró la puerta y lo siguió.
El cuarto recuperó la calma, y Benjamín finalmente levantó la cabeza de los brazos de Esther, mirándola con ojos confusos y llamándola suavemente: —Mamá...
Esther acarició con ternura su cabello suave, también con una mirada llena de incertidumbre.
La madre y el hijo se miraron perplejos por un momento, y Esther dijo: —Benjamín, si realmente es bueno contigo, podrías llamarlo papá.
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