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Ganas de verte crecer romance Capítulo 3

Cuando el niño por fin cayó rendido, Dante lo acomodó con mucho cuidado en la cama.

—Vamos abajo a platicar —dijo en voz baja.-

Bajaron los tres juntos.

En la sala principal, Blanca Encinas estaba recostada en el sillón, apoyada contra el respaldo, mientras una empleada le masajeaba suavemente las sienes. Al escuchar los pasos, alzó la mano para indicarle a la empleada que se retirara.

—¿Carlitos ya se durmió? —preguntó mirando a Dante.

—Sí, ya —respondió él, notando que la señora tenía mala cara. No pudo evitar preguntar—: ¿Se siente mal?

La señora agitó la mano en el aire.

—No es nada —contestó.

Luego su mirada se posó en Grecia, analizándola de arriba abajo con un aire difícil de descifrar, ni amable ni hostil.

—¿Ya viste a Carlitos? —preguntó.

Grecia asintió. La señora asintió también.

—Qué bueno que lo viste. Es normal que no sientas nada, después de todo no lo criaste tú, pero madre e hijo tienen un lazo especial. Estoy segura de que ahora que lo conociste, no vas a quedarte con los brazos cruzados.

Grecia no respondió. Sabía perfectamente por qué Dante la había traído: necesitaba que viera a su propio hijo. Mientras no lo viera, podía hacerse la fuerte, pero después de ese encuentro, todo se desmoronaba ante el instinto de madre.

La señora Encinas señaló el sillón.

—Siéntate, no estés parada.

Anaís se adelantó y se sentó junto a la abuela.

—Abuelita, te ves cansada. ¿No has podido dormir bien estos días?

—Conozco a un doctor que es buenísimo para recetar tratamientos. ¿Quieres que le pida que venga a revisarte?

La señora Encinas la miró, y en sus labios apareció una leve sonrisa.

—¿No será mucha molestia?

—Para nada, abuelita —contestó Anaís, acercándosele y con voz mimada—. Si tú estás bien, todos vamos a estar tranquilos.

La señora la halagó diciendo que era muy atenta y cariñosa. Pero al mirar de reojo a Grecia, su expresión no cambió mucho, aunque sí dejó ver cierto desagrado. No llegaba a ser rechazo, más bien prefería no tener nada que ver con ella.

Después de un rato, la señora se levantó. La empleada que estaba en la puerta se acercó a ayudarla.

—Platiquen ustedes, yo ya me siento cansada. Anaís, ven a acompañarme un ratito.

Anaís se quedó sorprendida, miró a Dante y luego, sin querer, a Grecia. Pero al final se levantó y siguió a la señora escaleras arriba.

La sala quedó en silencio, solo ellos dos. Dante sacó una cajetilla de cigarros, golpeó el fondo y tomó uno. Lo encendió sin prisa.

Grecia se sentó a cierta distancia, tomó la iniciativa:

—¿Toda tu familia ya sabe el resultado de la compatibilidad?

—Sí —respondió Dante—. El doctor Olivares es amigo de mi abuela, apenas tuvo el resultado, nos avisó.

Eso quería decir que la familia Encinas ya conocía la única solución posible.

—¿Y qué piensan de todo esto? —preguntó Grecia.

Capítulo 3 1

Capítulo 3 2

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