Momentos más tarde, ingresó a la oficina de Alexander, Luke y tomó enseguida asiento.
—Me acabo de enterar que estuvo hace un rato Olivia, aquí, ¿deseas que presentemos cargos, para solicitar una orden de restricción?
—Por eso te llame, no deseo que se vuelva a acercar a Madison o a alguno de mis hijos —expresó con preocupación.
—En este momento daré la indicación para que mi equipo se movilice y gestione lo que se requiera.
—Te lo agradezco. —Suspiró profundo—, ella no está bien, necesita ayuda profesional, ¿crees que puedas hacer que soliciten una valoración con un psicólogo o un psiquiatra, no se que sea lo que requiera.
—Veré que se puede hacer —indicó—. No anden solos —aconsejó.
Se llevó las manos a su espesa cabellera y tiró.
—Creí que ya tendríamos tranquilidad.
—Así será, ya lo verás. Ella tendrá que atender su caso, por lo que seguro tendrá que volver a Toronto y allí permanecer.
—Eso espero. —Recargó la cabeza sobre su silla de cuero.
—No me siento tranquila, estando aquí y los niños en casa, ¿nos podemos ir? —Madison ingresó a su oficina sin tocar—, lo lamento, no sabía que estabas ocupado.
—Por mí, no hay ningún problema —dijo Luke y guardó su móvil en el bolsillo de su saco.
—Ya estaba finalizando de solicitarle algunas cuestiones a Luke. —Se puso de pie y se acercó a ella—, si eso te hace sentir más tranquila, vámonos, trabajamos desde la casa.
Madison afirmó con la cabeza, e inhaló intranquila.
—Gracias por tu comprensión.
Alexander se acercó y la abrazó.
—Vámonos —indicó entrelazándo sus dedos a los de ella. — ¿Qué te parece si les llevamos algo para cenar y nos encerramos con ellos a ver la tele.
Madison sonrió.
—Me encanta la idea.
****
Noah y Liam corrían por la sala, recién duchados uno con su pijama de batman y otro con la de superman.
—Necesitamos acabar con nuestros enemigos. —Miraron a la señora Rosa y a su abuelo.
—Ay no niños, yo ya no estoy para esos trotes —dijo doña Rosa, tengo mucho con andar detrás de ese viejito —susurro bajito.
El señor Adam bufó.
—Viejos los cerros y reverdecen —chistó—, para que se dé cuenta que mi audición es perfecta indicó.
La señora Rosa ladeó los labios y sonrió.
—Parece que a su abuelo, se le zafó un tornillo —movió los labios simulando que hablaba.
Los pequeños carcajearon.
— ¿Qué dices? —dijo el abuelo.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Herederos para el Enfermo CEO