Cancún, Quintana Roo, México.
Dos años después.
Sentado sobre una de las cómodas tumbonas de la zona de la playa, Alexander disfrutaba de la hermosa vista, que tenía el color turquesa del mar. Cerró sus ojos apreciando la brisa marina, y el olor a sal.
Tomó la refrescante bebida que solicitó, y bebió un par de sorbos, enfocó su verdosa mirada en Madison y en los gemelos, quienes estaban sentados sobre la calidez de la fina arena. Sonrió con emoción al apreciar el abultado vientre de su mujer, eran cinco meses los que llevaba de gestación, y la sola idea de volver a ser papá lo tenía loco.
Un gran suspiro emergió desde el fondo de su alma, al verla ponerse de pie, su cuerpo le pareció etéreo, sin poder evitarlo la recorrió con parsimonia, a través de sus gafas oscuras. Fueron largas noches, en las que Madison, despertó teniendo pesadillas; sin embargo, siempre encontró el consuelo y la seguridad que necesitaba, entre la calidez de los brazos de su esposo. Nunca se dio por vencida y siguió en terapia durante varios años.
Caminó a grandes pasos hacia su familia, al ver que los pequeños deseaban acercarse hacia la orilla de la playa. Sus manos se crisparon alrededor de la cintura de Madison y la besó, mientras los niños se mojaban los pies y corrían divertidos.
Madison no pudo contener un discreto gemido que le arrancó, ya que no había nada como los besos de Alexander o el modo en la que la tocaba, para sentirse hechizada ante él.
—Estabas muy pensativo —refirió ella, mientras sus manos se aferraban a su cuello.
—Disfrutaba viéndolos jugar —respondió con total tranquilidad—. Este lugar es mágico —susurró—, desde que llegamos, mi corazón se siente agitado cada vez que te veo. —Ladeó sus labios sonriente, mientras sus manos se deslizaban hacia su hermoso y perfecto vientre.
Madison dibujó una gran sonrisa, que le llegó hasta su expresiva mirada.
—Gracias por hacernos tan felices —expresó con emotividad, sintiendo como los dedos de él acariciaban su vientre.
Alexander extendió una toalla, y se sentó, para luego abrazar a su esposa, quien se acomodó frente a él. No pudieron evitar sonreír al ver a sus hijos correr de un lado a otro detrás de las olas completamente divertidos.
Madison sonrió orgullosa, al ver a Liam reir sin parar, cada que Noah lo salpicaba. Su corazón se hinchó de felicidad al verlo restablecido, viviendo una infancia feliz, como un niño ‘normal’.
Aquellos temores que quedaron como secuela del secuestro, habían quedado atrás, aunque fue un proceso muy difícil como familia, cada uno aportó un ingrediente especial para sostenerlo y ayudarlo: paciencia, cariño, muchos abrazos, y sobre todo le demostraban lo mucho que lo amaban.
Algunas noches era Alexander quien corría a consolarlo, otras el pequeño Noah salía de su cama y se recostaba junto a él, además de que le buscaba aquel pato que le hacía sentir seguridad.
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