Herencia de Poder romance Capítulo 13

Lejos del brillo de Polanco y de las torres de poder de Santa Fe, en un ala tranquila del Hospital Ángeles, el mundo de Ximena se reducía a una habitación sencilla y al sonido suave de un monitor de signos vitales. Dos veces por semana, sin falta, dejaba de ser la estratega anónima y la diseñadora fantasma para convertirse simplemente en Ximena, la nieta. Visitaba a Doña Elena, la mujer que la había encontrado de niña, abandonada cerca de un mercado en Oaxaca, y la había criado como si fuera suya. Elena no era su abuela de sangre, pero le había dado algo mucho más importante: las herramientas para sobrevivir. Le había enseñado sobre las plantas, sobre los venenos y sus antídotos, y sobre la fuerza silenciosa que se esconde en la observación. Ahora, con más de ochenta años y un corazón frágil, Elena pasaba sus días en el hospital, cuidada por el mejor equipo médico que el dinero de Ximena podía pagar.

—¿Cómo te trata la capital, mi niña? —preguntó Elena, su voz era un susurro frágil pero sus ojos negros seguían siendo tan afilados como siempre.

—Como a una extraña que intenta venderles espejos —respondió Ximena, sentada junto a la cama y pelando una mandarina para ella—. Pero están empezando a gustarles su reflejo.

Elena soltó una risa suave, que terminó en una tos leve. —Siempre fuiste así. Nunca te peleas con la corriente, buscas la forma de desviarla a tu favor. Lo aprendiste de los ríos de la sierra. Recuerdo cuando eras pequeña y los otros niños no te dejaban jugar. No lloraste ni peleaste. Te sentaste a un lado y empezaste a construir la casita de muñecas más increíble con ramas y hojas. Al final, todos querían jugar contigo.

Ximena sonrió ante el recuerdo. —Tú me enseñaste que la mejor forma de ganar es hacer que los demás quieran jugar tu juego.

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