Cuatro semanas transcurrieron desde que Alessandra entró a formar parte del prestigioso grupo “Lombardo Enterprises Inc.”, sus días ahí, estaban siendo los mejores, la experiencia era magnifica y se había adaptado muy rápido, tanto a la ciudad, como a su puesto, le gustaba su trabajo, la relación cordial, jovial y respetable que mantenía con su jefe y sobre todo, su amistad con Clara, que mucho había crecido, almorzaban juntas, platicaban todo el tiempo o mejor dicho, cuando se podía, se apoyaban mutuamente en los trabajos, descubrieron que compartían gustos similares y que por ello, más que compañeras de trabajo, serían muy buenas amigas.
Dominic, en cambio, no tuvo tanta suerte con sus lujuriosos planes, parecía que el universo se había confabulado en su contra y lo que planeaba hacer. Esas semanas, el trabajo se le multiplicó al cien por ciento, era junta tras junta, permanecía fuera de la oficina casi todo el tiempo, tuvo que salir de la ciudad por varios días y para rematar, solo había visto a Alessandra de lejos, cuando salía a alguna reunión o algún almuerzo de negocios y en ocasiones, cuando la jornada laboral terminaba y la veía marcharse, ni siquiera en las juntas de los lunes tuvo la oportunidad de verla , las últimas tres las había presidido Vittorio, ya que él, tenía otros compromisos importantes a los que no podía faltar.
Ese viernes, uno muy frío de otoño, Alessandra se encontraba casi desesperada por irse a casa, ese día, así como toda la semana, había estado cargada de trabajo, prácticamente sin respiro alguno y para empeorar la situación, Clara no se había presentado al trabajo, debido a que su progenitor, estaba delicado de salud, así que, casi no había hablado con nadie y se sentía más sola que nunca.
— Señor Lombardo—contestó al teléfono casi de inmediato.
—Señorita D’Santi, le he enviado un email a su bandeja para que revise, adjunté los datos de una empresa de la cual necesito, que vaya a la oficina de archivos y me facilite el documento que tiene ese mismo nombre, por favor.
—Por supuesto, ahora mismo reviso el correo y voy a buscar el documento, ¿necesita algo más?
—Por el momento no, oh bueno, si puede traerme un café, se lo agradecería mucho.
—Con gusto, iré por su café y luego a buscarle lo que necesita de archivo.
—Gracias, Alessandra.
—A la orden, señor.
Colgó la llamada y fue rápidamente a prepárale el café, no habían pasado ni cinco minutos, cuando estaba tocando a su puerta, seguido de eso, volvió a su escritorio y revisó la bandeja de mensajes, apuntó el dato en un papel de notas, tomó la llave que Vittorio le asignó para entrar a archivo y sin retrasarse en nada más, se dirigió hacia ahí. La oficina estaba en ese mismo piso, solo Clara y ella tenían autorización para entrar.
Entró al solitario y silencioso lugar que se encontraba casi al final del pasillo, miró por el ventanal y se percató de que ya casi estaba oscureciendo, se quedó un poco ensimismada viendo la nocturna y transitada ciudad, sintiendo una gran nostalgia al recordar a su madre, su casa, su pueblo. Si bien había ido a visitarla el fin de semana junto con Giorgio, extrañaba mucho verla todos los días, abrazarla, escuchar sus consejos, desde siempre fueron muy unidas y aunque hablaban por celular a diario, no era lo mismo que verla en persona.
Comenzó a buscar el documento y por lo ordenado que estaba todo, no tardó en encontrarlo, luego de revisarlo y asegurarse de que era el indicado, se dispuso a marcharse. Al girar rápidamente, para dirigirse a la salida, chocó con una figura alta y un sólido pecho, provocando que todos los papeles cayeran desparramados en el piso, unos ágiles brazos la aseguraron con fuerza del torso para que no cayera al suelo debido al brusco impacto, todo ocurrió de manera repentina y fugaz, alzó la mirada para disculparse por su falta, pero el alma le abandonó el cuerpo al descubrir esos hipnotizantes ojos azul grisáceo, las palabras se le atoraron en la garganta y no pudo expresar absolutamente nada. Los nervios la asaltaron de la forma más absurda, se quedó inmóvil como un conejito asustado, sosteniéndole esa arrebatadora mirada que parecía no tener la intención de apartarse de ella.
Su afiance era fuerte, seguro, a pesar de haber pasado varios segundos ya desde el incidente, no aflojaba su agarre, Dominic se quedó con la mente en blanco al igual que Alessandra, una reacción que a él no solía sucederle, solamente con ella y esa la segunda vez que le pasaba.
Bajó despacio la mirada a sus tentadores labios, sintiendo la absoluta necesidad de besarla, sin embargo, no lo hizo, algo lo detuvo y no supo qué, sabía que quería hacerlo, porque precisamente en ese momento, descubrió que se moría por probarlos, mucho más de lo que había pensado y no pudo deducir, si fue la tensión que cargaba a lo largo de ese día al no tener a su asistente para que le ayudara, o si fue el brillo inocente que transmitían esos preciosos ojos verdes, lo que le impidió llevar a cabo su cometido y así, viéndolos de cerca, estaba seguro de su color, eran una mezcla entre verde, con motes miel y amarillos, una hermosa combinación. Se mordió el labio levemente sin dejar de verla a los ojos, por Dios, esa maldita mirada lo había atrapado por fracciones de segundos, a él, Dominic Lombardo... no podía ser eso no posible.
Pasó saliva con dificultad.
Se separó de ella muy despacio y notoriamente, podría decirse que asustado, joder, joder, joder, era el momento perfecto para comenzar a conquistarla y llevársela pronto a la cama, pero sencillamente, no estaba aprovechando la oportunidad, ¿qué demonios le pasaba?, era probable que el exceso de estrés que llevaba sobre sus hombros, no le permitía pensar con claridad, aún tenía mucho por hacer y el trabajo siempre era lo más importante para él. Ninguna mujer sería la prioridad, por muchas ganas que tuviera de tenerla entre sus sábanas.
—Yo...lo lamento señor, giré muy rápido y no lo vi, lo siento muchísimo—se disculpó nerviosa, mientras se arrodillaba a recoger los papeles esparcidos sobre el pulcro piso.
—No se preocupe, yo también entré de prisa y no me fijé—contestó él, pasando por su lado para encaminarse a uno de los archivadores—. Mierda, no podía ni verla a los ojos, muchos menos ayudarle a levantar los papeles que, evidentemente, se cayeron por su culpa. Era una estupidez lo que le estaba ocurriendo, definitivamente necesitaba descansar, el estrés lo estaba haciendo añicos.
—¿Buscaba algo? —Puedo ayudarle—se ofreció ella con amabilidad, al notar como abría y cerraba cada uno de los cajones metálicos con fastidio.
Él volteó para verla unos segundos, pero rápido volvió a apartar sus ojos de ella.
—Necesito un documento—se limitó a responder.
—Si me facilita el dato, puedo buscarlo, he ordenado casi todos los archivos junto con Clara y posiblemente sepa donde esté lo que necesita.
Él giró completamente para mirarla, caminó hasta donde estaba y sin dudarlo dos veces, se ofreció para ayudarle a levantarse. Alessandra algo dudosa tomó su mano, no sin antes conectar nuevamente su mirada con la del magnate, ambos sintieron una calidez extraña al juntar sus tactos, una sensación que a él no le gustó para nada. Ella fue la primera en alejarse, retirando con rapidez su muñeca.
—Gracias—susurró, bajando la mirada avergonzada.
Alessandra suspiró pesadamente una vez que lo vio desaparecer y sintió que el aire regresó a sus pulmones con normalidad.
¡Santa Madre, cuanta intensidad!
Volvió a los archivadores a buscar el documento, una vez que lo tuvo en sus manos, salió de ahí, posiblemente Vittorio se estaría preguntando el porqué de la demora. Fue a reportarse primero con su jefe y aprovechó para informarle que pasaría a la oficina de su hermano, a entregarle el documento que requería.
—Disculpe la demora, antes tenía que pasar por donde el señor Vittorio.
—No hay problema, no ha tardado nada—le restó importancia. —Lleva tan solo un mes aquí y veo que se ha adaptado muy bien, señorita D’Santi.
Maldición, ahí estaba de nuevo esa voz tan intrigante y seductora, o definitivamente estaba delirando o en serio él hablaba de esa forma tan...peculiar.
—Sí, bueno, es lo que todos me han dicho y yo, también lo creo.
—Me alegra saber que se siente bien trabajando con nosotros—comentó él, con un destello de brillo en su mirada.
—Muchas gracias—carraspeó—debo...debo volver a trabajar, ¿necesita algo más?
—No, por el momento— dijo, enfatizando lo último, con un extraño tono de voz—. De haber sabido que podía contar con usted, me habría ahorrado mucho trabajo y estrés el día de hoy.
—Estoy a su disposición si puedo ayudarle con algo, claro, mientras el señor Vittorio no tenga inconveniente, yo tampoco tengo ningún problema.
—Se lo agradezco, pero, con lo que hizo hoy es más que suficiente, no planeo quedarme hasta tarde, aunque, tendré en cuenta su ofrecimiento para la próxima vez—añadió, con una medio perceptible y maliciosa sonrisa.
—Me retiro entonces, que tenga un buen fin de semana, señor Lombardo—respondió ella, riñéndose interiormente por no haber sido más clara al expresarse—. Algo le decía que las últimas palabras del todopoderoso hombre que tenía en frente, tenían un doble sentido, o quizás estaba ya muy cansada y malinterpretaba todo.
—Igual usted, señorita D’Santi.
Alessandra asintió una vez más y con una rara opresión en el pecho, salió, siendo ajena a la escudriñadora mirada de un ser, que la deseaba hasta los huesos.

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