Desperté en la penumbra. Una débil luz emanaba de una lámpara al otro lado de la habitación. Miré alrededor y reconocí la oficina de Patricio. Por la ventana noté que ya había anochecido, pero no entendía qué había pasado. Lo último que recordaba es que estaba sentada frente a mi computadora de trabajo y había sentido un sueño casi incontrolable, pero eso todavía era por la mañana.
Me moví y sentí una mano cálida sobre mi tobillo que hormigueó. Reconocí ese toque antes de verlo. Me di cuenta de que mis pies estaban sobre su pierna. Me froté los ojos tratando de adaptarme mejor a esa escasa iluminación y lo miré, mientras él gentilmente acariciaba mis pies.
— Despertaste, mi ángel. ¿Cómo te sientes? —me preguntó Alessandro con voz ronca.
— Un poco extraña. ¿Qué hora es? No recuerdo haber venido a acostarme aquí —dije sintiéndome muy confundida.
— Son las once de la noche. Doña Margarida preparó un té para calmarte y se esmeró, dijo que necesitabas descansar —Él esbozó una sonrisa perezosa—. Entré a tu oficina y te habías quedado dormida sobre el escritorio, así que te traje aquí al sofá de Patricio. Pensé que no querrías despertar en mi oficina.
— Definitivamente no —Quité mis pies de su regazo, me senté e intenté levantarme, pero mi cuerpo estaba pesado.
— Tranquila, dormiste profundamente todo el día, toma un poco de tiempo para que tu cuerpo despierte —dijo pasando su mano por mi espalda en movimientos circulares, haciéndome suspirar.
— Esas flores...
— Ya lo resolví. Pero quiero hablar contigo, ¿podemos?
— Está bien. ¿De qué quieres hablar? —Suspiré rindiéndome, no podía huir para siempre, había estado trabajando allí, así que tendría que enfrentarlo en algún momento.
— Primero, quiero que comas —Dijo tomando una caja de comida china sobre la mesa y extendiéndomela con los palillos.
— Quiero lavarme la cara primero.
— Está bien, usa el baño de Patricio. Aquí está tu bolso.
Tomé mi bolso y me dirigí al baño que había dentro de la oficina. Al encender la luz, necesité un tiempo para adaptar mis ojos. Entré, cerré la puerta y me miré en el espejo. Me veía horrible, arrugada, con los ojos hinchados de tanto llorar, el cabello desgreñado. Usé el baño, me lavé la cara, me cepillé los dientes y arreglé un poco mi cabello y mi ropa.
Cuando regresé a la oficina, la luz ya estaba encendida y lo vi todavía sentado en el mismo lugar, con los brazos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos. Parecía devastado. Me acerqué, coloqué mi bolso en un sillón cercano y me senté a su lado.
Alessandro levantó la cabeza y me miró a los ojos. Su apariencia era un reflejo de la mía. Ojeras oscuras, ojos rojos de quien había llorado, cabello despeinado. Estaba sin el saco y sin la corbata, se había doblado las mangas de la camisa y desabrochado algunos botones. Lentamente se recostó en el sofá y esbozó una sonrisa triste. Aun así, era el hombre más guapo que jamás había visto.


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