Tuve un fin de semana tranquilo. Levy mandó mil mensajes disculpándose por no poder verme, ya que tenía que trabajar debido a muchos imprevistos.
Mari pasó el domingo con nosotros y consintió a Pedro todo el día. Le había traído un regalo de Londres y él quedó encantado, eran bloques de construcción que reproducían el Palacio de Buckingham, tenía una alfombrita simulando las calles y un autobús de esos de dos pisos muy comunes allá. Era todo muy colorido y el autobús incluso se movía con cuerda y encendía las luces.
— Mari, ¿cómo voy a competir con eso? —dijo Melissa sonriendo, viendo a Pedro deshacerse en risitas de alegría armando y desarmando los bloquecitos.
Mari me dio muchos consejos y me preguntó sobre Levy, me aconsejó ir con calma, pues tal vez mi situación con Alessandro se resolvería. Le aseguré que Levy era un amigo y, aunque quería algo más, mi amor por Alessandro estaba clavado en mi corazón. Pero no podía detener mi vida y simplemente quedarme esperando que un día, tal vez, quién sabe, Alessandro estuviera libre para mí.
Después de eso, la semana pasó volando. Levy me mandaba mensajes todos los días, pero tuvo que hacer un viaje de último momento para resolver un negocio de la empresa de su padre que quedaba en California. Dijo que sentía mucho tener que alejarse, pero que me traería un regalo cuando volviera y me compensaría llevándome a un lugar que me encantaría.
El lunes siguiente Mari regresó a Londres, más rápido de lo que todos hubiéramos querido, dejándonos ya extrañándola. Melissa y yo queríamos llevarla al aeropuerto, pero ella dijo que Alessandro ya le había dicho que lo haría antes de ir al trabajo.
Llegué a mi oficina y, como todos los lunes, había un hermoso arreglo de tulipanes con una tarjeta de Alessandro, con lo mismo de siempre, que me amaría hasta su último suspiro y lamentaba habernos puesto en aquella situación. Admiré los tulipanes por un momento y luego me senté en mi escritorio y guardé la tarjeta en una cajita en el fondo del cajón, junto con todas las otras.
— Buenos días, Cata. ¿Cómo estás hoy? Te traje algo.
Patricio entró de buen humor como siempre y colocó sobre mi escritorio un paquete con cuatro bollitos con chispas de chocolate que todavía estaban tibios. Y tenían un olor delicioso. Lo miré con los ojos brillantes y la sonrisa de una niña.
— Amo los bollitos con chispas de chocolate. ¡Gracias, Patricio!
— Qué bueno, porque también traje esto. —Colocó un vaso enorme y humeante de capuchino en mi escritorio.
— ¡Eres el mejor jefe del mundo! Todo lo que necesitaba. —Dije y vi su sonrisa ensancharse.
Patricio entró a su oficina y llamé a Sam para comer conmigo en mi escritorio, pero ella rechazó, pues él también le había llevado y estaba llena de trabajo.
Estaba comiendo mis bollitos mientras trabajaba, cuando Alessandro entró a la oficina, guapo como siempre, se detuvo a mi lado, se rascó el cabello de la nuca y dijo:
— Vine a hablar con Patricio.
— Claro, puedes entrar.
Lo miraba completamente hipnotizada. Cómo lo amaba, la semana anterior no nos vimos, con Mari aquí y la auditoría, él había trabajado toda la semana desde casa. Estaba muriendo de nostalgia por él y no podía apartar mis ojos.
Alessandro se agachó, dejando nuestros rostros a la misma altura, pasó el pulgar por la comisura de mi boca y chupó su propio dedo, mirándome con fuego en los ojos.
— Mmm, Catarina, ¡tú cubierta de chocolate eres irresistible!


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