Sam entró a mi oficina apresuradamente y dijo:
— Cata, tenemos que irnos. Patricio llamó y dijo que fuéramos rápido a su casa. Está pasando algo, todos están allí.
— ¡Qué extraño todo esto! Pensé que Patricio y Alencar estaban muy raros. —Comenté.
— Yo también lo noté. Pero vamos, dijo que es urgente y que el chofer nos está esperando en el garaje.
Tomé mi bolso y salí con Sam. Denis estaba detrás de nosotras y parecía aún más tenso de lo normal. Nos puso en el auto y entró en el asiento delantero, lo que era atípico.
Cuando salimos del estacionamiento del edificio, miré por la ventana y vi a esa mujer, la tal Liz, en la entrada del edificio. Sentí un escalofrío por todo el cuerpo. ¿Qué estaba pasando?
Cuando llegamos a casa de Patricio me llevé un susto. Hasta las chicas estaban allí. Incluso Mari por videoconferencia. Y parecía que todos estaban llorando. Mi cabeza dio vueltas, en pocos segundos pensé en las cosas más terribles, sentí que mis rodillas flaqueaban y me desmayé.
Cuando recuperé el sentido ya estaba acostada sobre el sofá y Alessandro estaba arrodillado a mi lado sosteniendo mi mano y con los ojos rojos.
— Mi ángel, ¿estás bien? —me preguntó con la voz cargada de preocupación.
— Estoy preocupada. ¿Qué está pasando? ¿Por qué están todos aquí? —Pregunté algo aturdida.
— Calma, mi ángel, todo está bien. Vamos a contarte todo. Pero primero quiero asegurarme de que estás bien. —Alessandro hablaba y besaba mi mano.
— ¿Es sobre el accidente de tus padres? —Él negó con la cabeza—. ¿Sobre la empresa? —también negó.
Iba a seguir preguntando cuando el Dr. Molina entró todo agitado, viniendo hacia mí.
— Querida, ¿cómo estás? —Me preguntó muy amable. Alessandro se levantó dándole espacio.
— Bien, creo que fue solo una baja de presión. —Dije.
— Suerte que vivo aquí en el mismo condominio que Patricio y estaba en casa. —Dr. Molina dijo—. ¿Puedo examinarte?
— Claro, doctor.
Después del examen, el Dr. Molina concluyó que no era nada grave, solo una baja de presión que él atribuiría a todo el estrés que venía pasando.
— Catarina, necesitas tranquilidad y lo sabes. —Me miró serio.
— Sí, pero están pasando tantas cosas.
— Si no te cuidas, llamaré a tu padre para que venga a buscarte y te lleve a la finca.
— De ninguna manera, Dr. Molina, nadie aleja a Catarina de mí. —Alessandro se adelantó—. Yo voy a resolver todo.
— Más te vale, Alessandro. —el médico lo miró con un tono de advertencia.
— Doctor, ¿podría quedarse un poco más? Tengo algo que hablar con Catarina, pero estoy preocupado de que se sienta mal otra vez. —Alessandro preguntó y mi ansiedad se disparó nuevamente.
— Calma, amiga, toma este té. —Melissa puso una taza en mi mano.
— Sin problema, puedo quedarme. ¿Quieren que espere afuera? —Dr. Molina preguntó.
— De ninguna manera, doctor. Creo que le va a gustar lo que tengo que decir. —Alessandro sonrió.
— Excelente, adoro los finales felices. —Dr. Molina cruzó las piernas y aceptó el café que Patricio le ofrecía.
— Ya no entiendo nada. Llegué y ustedes estaban todos llorando. Ahora parece que la noticia es buena. ¿Qué está pasando? —pregunté nerviosa.
— Mi ángel, Alencar encontró a la mujer que yo estaba buscando. —Alessandro dijo y sentí que me faltaba el aire—. Respira mi vida, tranquila.
— ¿Y dónde está ella? —pregunté.

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