Después del último mensaje de mi jefe ya estaba furiosa. Si piensa que me voy a quedar callada por miedo a él, está muy equivocado. Nunca había reaccionado así ante un hombre. Nunca había sido tan atrevida, siempre fui contenida, nunca me comporté de manera libertina o movida por impulsos sexuales o no, pero no sé cómo este hombre logra sacar la descarada que llevo dentro. Simplemente no puedo controlarme.
Salté de la cama y abrí el armario. Tomé un vestido negro que, aunque parecía apropiado y era aceptable para la oficina, me quedaba muy sexy, era muy ajustado, llegaba a la mitad de los muslos y tenía un escote en V que insinuaba mi pecho sin ser vulgar. Elegí unos zapatos de tacón alto rojos, un conjunto de lencería negro con una tanga minúscula para que no se marcara en el vestido y decidí dejar mi cabello suelto. No era una elección muy profesional, pero era aceptable y no me importaba, iba a hacerle la vida imposible y se arrepentiría de sus bromitas. Iba a la guerra.
Tuve que despertar más temprano para arreglarme y salir corriendo de casa para llegar a tiempo a la oficina. Dejé una nota para Meli. Pero hoy iba a acabar con mi jefe. Se cree muy gracioso, pues voy a dejarlo encerrado en el baño todo el día, voy a provocarlo tanto que no podrá controlar a su "amiguito", va a necesitar muchas duchas frías. Dónde se ha visto, mandarme esos mensajes a medianoche. Pero si cree que me voy a quedar quietecita, está muy equivocado.
Llegué a la oficina veinte minutos antes de la hora que él marcó. Perfecto. Preparé un café y me senté detrás de mi escritorio a esperarlo, no quería que viera mi vestido apenas entrara y se preparara. Sería dulce e inocente, le daría un ataque al corazón y no se atrevería a hacer nada. Ya había planeado bien cómo iba a jugar con él y salir de esta situación con el control en mis manos. Se arrepentiría de no haber mantenido las cosas estrictamente profesionales.
A la hora exacta escuché el elevador abrirse y fingí estar muy concentrada en la computadora. Sentí su perfume antes de verlo y era delicioso. Se detuvo frente a mi escritorio, escuché un gruñido, ya había notado mi escote, y con una sonrisa pícara en el rostro me habló con esa voz medio ronca que era muy sexy:
—Buenos días, señorita Cata, ¿cómo pasó la noche?
—Buenos días, señor Mellendez. Dormí como un ángel. ¿Y usted? —Sonreí con fingida inocencia.
—Necesité algunas actividades físicas adicionales por su culpa —sonrió diabólicamente. Me di cuenta de que si yo había planeado torturarlo, él también había hecho sus propios planes—. Vamos a mi oficina, por favor.
—Claro, señor —me indicó la puerta, tomé mi tablet y caminé delante de él. Sonreí al escucharlo maldecir en voz baja, mi vestido había causado el efecto que quería.
Entré a su oficina y me dirigía hacia su escritorio cuando lo escuché decir:
—Sentémonos en el sofá, Cata, será más cómodo para compartir la pantalla de tu tablet conmigo.
Lo miré extrañada, pero me dirigí al sofá. Era un sofá enorme de cuero negro y muy cómodo. Me senté en un extremo y crucé las piernas, mi vestido subió un poco más, mostrando el encaje negro de mis medias, pero no me preocupé por bajarlo, quería provocar a Alessandro. Lo escuché gruñir, estaba perdiendo el control y su enorme erección ya era señal de eso.
—¿Algún problema, señor? —pregunté como si no hubiera notado nada.
—Ah sí, Cata, un gran problema —dijo y miró hacia abajo a su pantalón. Tuve que contenerme para no reír y se sentó a mi lado, muy cerca, rozando su pierna contra la mía—. Cata, tenemos que resolver algo, porque no puedo presentarme a una reunión en estas condiciones.
Me estaba divirtiendo, por dentro me carcajeaba, estaba funcionando muy bien. Pero no contaba con que Alessandro fuera un hombre tan directo y tan desinhibido.
—Bueno jefe, tal vez necesite controlarse —dije descruzando las piernas y volviéndolas a cruzar quedando casi de frente a él en un movimiento calculadamente sexy solo para provocarlo más. Estaba segura de que no se atrevería a tocarme.
Pero el hombre perdió todo el control. Se abalanzó sobre mí presionándome contra el brazo del sofá, con una mano apoyada en el respaldo y pegando su nariz a la mía mientras me miraba a los ojos y rozaba mi pierna con el dorso de su mano derecha, fue breve y directo:
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