Ni siquiera sé cuánto tiempo pasó, solo sé que desperté acostada en el sofá de la oficina de mi marido, con su saco sobre mis piernas. Después de que terminó conmigo de la mejor manera posible, con un sexo caliente y delicioso, me quedé dormida allí mismo.
Cuando abrí los ojos, vi a Alessandro sentado en su escritorio, trabajando como si nada hubiera sucedido, con una postura más que profesional y listo para conquistar el mundo. Estaba muy sexy sentado con un dedo en el rostro y concentrado en una anotación. Hermosamente vestido con una camisa blanca y chaleco gris plomo. Me quedé quietecita observándolo, era muy hermoso.
Alessandro levantó sus ojos y me sonrió. Su sonrisa es deslumbrante y me hizo derretir suspirando por él. Dejó la pluma sobre la mesa y se levantó, caminando hacia mí lentamente.
—¿Cómo estás, mi ángel? —Preguntó con esa voz ronca que me dejaba con las piernas temblorosas.
—¡Estoy maravillosamente bien!
—¿Ah sí? —Dio una risa corta. —¿Y puedo saber el motivo por el que estás tan bien?
—Ah, es que fui muy bien cogida por mi jefe. —Dije como si hablara del clima.
—¡Suertudo tu jefe! —Se rio aún más.
—Sí lo es. Pero también es un tipo muy rico, con una verga enorme y todo lo que hace es increíble.
—Creo que estoy celoso de tu jefe. —No pude contener la risa.
—Es en serio, amor, no puedo controlar lo que siento por ti. Parece demasiado bueno para ser verdad... —Puse la mano sobre su pecho.
Alessandro se inclinó y me besó.
—¿Sientes esto? —Asentí con la cabeza. —¡Es de verdad! ¡Te amo, mi ángel!
El teléfono sobre el escritorio sonó y mi marido gimió de frustración. Se levantó para atender y yo aproveché para ir al baño que había en su oficina. Cuando volví, Patricio estaba de pie en medio de la oficina mirando entre las sillas frente al escritorio y el sofá.
—Ni siquiera voy a preguntar por qué Alessandro desapareció de la reunión con los chinos hoy, Cata. Pero necesito saber dónde puedo sentarme.
—Donde quieras, Patricio. —Dije sonriendo.
Patricio fue a sentarse en una de las sillas frente al escritorio y Alessandro dio una sonrisa maliciosa. Patricio maldijo y se levantó apoyándose en la superficie del escritorio y Alessandro se aclaró la garganta. Patricio caminó hacia el sofá y mi marido dijo que no era una buena idea. Iba a sentarse en la mesa de centro y Alessandro negó con la cabeza con una sonrisa maliciosa.
—Por el amor de Dios, ¿hay alguna superficie en esta oficina donde no hayan tenido sexo? —Patricio preguntó exasperado.
—En la ventana todavía no. —Alessandro me miraba con una sonrisa pícara y Patricio estaba boquiabierto.
—¡Vamos a mi oficina! —Patricio caminó hacia la puerta haciendo un drama.
—No seas ridículo, Patricio. Siéntate aquí, ¡la silla de la derecha aún está inmaculada! —Alessandro habló soltando una carcajada.
Patricio volvió y se sentó. En los minutos siguientes explicó sobre la reunión con los chinos y las estrategias que necesitábamos definir. Cuando terminamos, volví a mi oficina. Necesitaba ponerme las bragas en su lugar y fue lo primero que hice. Cuando volví al escritorio, Manu entró con un paquete grande.
—Cata, acaban de entregar este paquete para ti. Me pareció extraño porque no tiene remitente, pero nadie en la entrada supo decirme cómo se recibió este paquete, ya que no pueden recibir nada sin remitente. ¿Qué hago? —Manu explicó.
—¡Qué extraño! ¿Será cosa de Alessandro? —Conjeturé.
—Cata, voy a llamar a Alessandro, no lo abras. Tengo un mal presentimiento. —Manu estaba asustada.
—Es solo una caja, Manu. Voy a abrirla. —Tomé la caja y la coloqué sobre la mesa.
Cuando abrí la caja di un grito de horror, sentí un escalofrío de miedo y comencé a llorar. Manu rápidamente tapó la caja y la apartó de mi vista, pero antes logré capturar la tarjeta que estaba dentro. Alessandro apareció desesperado en la puerta de su oficina y voló a mi lado arrodillándose y pasando la mano por mi rostro bañado en lágrimas.
—¿Qué pasó? —Preguntó preocupado, pero yo solo sollozaba.
—Es mi culpa, Alessandro. Discúlpame. —Manu habló sintiéndose culpable y mostrando la caja en sus manos.
Patricio fue hacia ella y destapó la caja.
—¿Pero qué mierda es esta? —Patricio siseó y Alessandro se levantó para mirar la caja también.
Manu explicó cómo llegó la caja y que, como estaba dirigida a mí, pensó que era mejor preguntar qué hacer. Pero que yo decidí abrir la caja. Había dentro una muñeca destruida, con la cabeza arrancada, sin uno de los ojos, uno de los brazos arrancados, el relleno saliendo del cuerpecito y toda sucia y rota.
—H-hay una tarjeta. —Dije entre sollozos.

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