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Jefe Irresistible: Rendida a su Pasión (de Maria Anita) romance Capítulo 936

"Irina"

Bajé del carro bajo la mirada atenta de Leonel, entré en esa fila enorme que se extendía paralela al muro de la prisión y hasta creí que me desmayaría. Hasta no sería mala idea sentirme mal solo para salir de ahí. Miraba a ese montón de gente amontonándose ahí para entrar a ese lugar decadente y me costaba creer que la gente realmente hiciera visitas en este lugar.

Eran apenas cuatro o cinco hombres, varios niños y muchas mujeres, mujeres mayores, algunas señoritas, sosteniendo bolsas enormes. La fila continuaba creciendo detrás de mí y era tan deprimente que casi salí corriendo de ahí.

—Ay, mi hija, no vas a poder entrar con ese zapato. —La señorita que estaba detrás de mí habló y me volteé.

—¿Y por qué no? —Quise saber.

—Porque no entra nada de metal y ese zapato tiene metal por dentro. ¿A quién viniste a visitar? —Esa señora me preguntó. La miré bien, parecía tan pobrecita y tan vieja que hasta me dio pena y terminé respondiendo.

—A mi hija. —hablé únicamente.

—Ah, los hijos... uno trata, enseña, los pone en buen camino, pero luego, a veces se olvidan de todo y se van por el lado equivocado. Yo también vine a ver a mi hija. Mamá de este muchachito aquí. —la señora señaló al adolescente a su lado.

—¿Y ella está aquí hace mucho tiempo? —terminé conversando con la viejita para pasar el tiempo. También sería mejor estar cerca de alguien que conociera ese lugar.

—Tres años y todavía va a estar mucho más. Se metió con un hombre y por él hizo lo que hizo. Y ni siquiera pisó aquí para visitarla. ¿Está viendo? Ni los papás vienen a visitar a las hijas, esposo entonces, casi nunca, solo las mujeres están dispuestas a no abandonar a quien aman en este tipo de lugar. —habló la señora y entendí por qué tan pocos hombres estaban ahí.

—Bueno, creo que me voy, ya que no voy a entrar con estos zapatos. —comenté ya preparándome para salir de la fila.

—No, mi hija, no puedo dejarte irte sin ver a tu hija. Mijito, dale tus chancletas a la señora y ve rápido a casa a buscar otras. —la señora le habló al adolescente que inmediatamente se quitó las chancletas de hule.

Miré aquello con cierta desesperación, no quería entrar a ese lugar, pero tampoco quería ponerme esas chancletas en mis piececitos delicados. Solo que era casi imposible rechazar a esa señorita con cara de sufrimiento.

—No, señora, no se preocupe, regreso la semana que viene. —hablé, pero estaba irreductible y negaba con la cabeza vigorosamente.

—No, no me voy a quedar tranquila si usted se tiene que ir sin ver a su hija. Póngase las chancleteas, póngaselas. Ayude a la señora, mijito. —habló y ni esperó que respondiera, me agarró del codo y el muchacho ya se había agachado para quitarme el zapato y ponerme la chancleta en el pie.

Me estaba sintiendo en una pesadilla, con mis pies tan delicados sobre una chancleta de hule en ese lugar horrible.

—Mire, y esa bolsota tampoco entra, tome solo su identificación, mijito entregue la bolsa y el zapato al señor de ese carro elegante. Y puede quitarse los colgajos también, hasta los aretes. Ande, mi hija, sea más rápida porque ya van a abrir el portón. —habló la señora y me agitó.

Mecánicamente abrí la bolsa, saqué mi identificación y empecé a quitarme mis joyas y echarlas dentro de la bolsa, se la entregué al muchacho, que salió corriendo, como si me estuviera robando y hasta pensé en gritar, pero antes de que abriera la boca el muchacho ya le entregaba la bolsa y los zapatos a Leonel por la ventanilla del carro.

Cuando se abrió el portón el niño ya estaba al lado de la abuela otra vez, sosteniendo esa enorme bolsa. Y no aguanté la curiosidad.

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