Ese carro costaba una fortuna, además era un modelo personalizado.
Pero después de casarse, Joel se lo llevó con la excusa de que necesitaba aparentar para cerrar negocios importantes.
En ese entonces, Brenda también trabajaba en la empresa. Entraban y salían juntos, así que no le pareció raro.
Pero al año, Brenda dejó el trabajo para dedicarse a la casa y también necesitaba su propio carro.
Joel nunca se lo devolvió.
Dijo que si ella llevaba ese carro al mercado para hacer las compras, era fácil que lo rayaran y, además, llamaría demasiado la atención.
Le prometió que le compraría uno más pequeño, supuestamente más adecuado para ella.
Así fue como terminó con el Chery QQ que tenía ahora.
A decir verdad, Brenda nunca se aferró a esas cosas materiales.
Para ella, el carro solo servía para moverse de un lado a otro.
Antes no le daba importancia, pero ahora, al fin, veía con claridad la vanidad y el egoísmo de Joel.
Solo podía pensar en lo ingenua que había sido.
Joel bajó del carro impecablemente vestido con su traje.
Se recargó con elegancia en la puerta, acomodó los gemelos dorados de sus mangas y, sujetando la corbata entre los dedos, la subió un poco. La nuez de su garganta subía y bajaba bajo el cuello de la camisa. Lucía sofisticado, como todo un caballero de esos de película.
Antes, Brenda tal vez habría pensado que ese tipo de gestos lo hacían ver muy atractivo.
Pero ahora, sin el filtro del amor, solo podía notar lo calculado y falso de cada uno de sus movimientos.
Joel se sentía un poco desconcertado.
Le sorprendió que Brenda no hubiera ido a recibirlo. Ni siquiera se bajó de su carro.
Carraspeó incómodo y no tuvo más remedio que acercarse a donde estaba Brenda.
Al verlo acercarse, Brenda también bajó del carro.
Joel se paró a su lado, sin mirarla, y levantó la muñeca para ver el reloj, con esa actitud distante y altanera de siempre.
—La próxima vez, si quieres verme, avísame con tiempo. Sabes que la empresa está en un momento clave para entrar a la bolsa, tengo mil cosas que hacer. Tenía junta con los socios a las nueve y la cancelé solo para venir.
Nunca se le había pasado por la cabeza divorciarse de Brenda.
Primero, porque la empresa estaba a punto de salir a la bolsa y un divorcio arruinaría todo.
Segundo, porque Brenda venía de una familia poderosa. Su papá, Hernán Santillán, era un peso pesado en el mundo de las inversiones, el gran jefe detrás de muchas empresas exitosas, con dinero de sobra.
Solo con ese suegro, Joel jamás pensaría en divorciarse de Brenda.
Brenda se mantuvo imperturbable.
—Joel, ¿de verdad crees que estoy bromeando?
—Nos conocemos desde hace diez años. Sabes cómo soy. Cuando tomo una decisión, no hay marcha atrás. Mejor entra ya.
Sin esperar respuesta, Brenda entró directo al juzgado.
Joel se quedó parado en la puerta, sintiendo que el corazón le daba un vuelco. Le sudaban las manos.
Él conocía bien el carácter de Brenda. Si tuviera que describirla con una sola palabra, sería terca.
Como esa vez, cuando todos estaban en contra de su matrimonio, y aun así ella insistió en casarse con él...

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Doctora que Destruyó su Imperio