Sin embargo, era evidente que Joel todavía no entendía lo que realmente significaba ese acuerdo de conciliación.
Brenda tampoco se molestó en explicarle.
Porque, en poco tiempo, él mismo lo descubriría.
Joel tenía el ceño fruncido y el disgusto pintado en la cara.
Al principio, pensó que Brenda le ofrecía diez millones de pesos como un gesto para hacer las paces.
Incluso ya había decidido no armar más pleito. Pero ella seguía mostrando esa cara de pocos amigos.
En serio, no tenía idea de lo que esa mujer traía en la cabeza.
Joel soltó, con tono seco:
—¿De verdad crees que solo porque me transferiste diez millones tengo que aguantarte todo sin decir nada? ¿O piensas que con un poco de dinero puedes pisotear mis principios? Brenda, ya no soy ese chavo de la uni al que podías humillar y pisotearle la dignidad con dinero.
Brenda lo miró confundida y respondió:
—¿Cuándo te humillé con dinero? ¿Cuándo pisoteé tu dignidad?
Joel apretó la quijada y replicó:
—Brenda, claro que no te das cuenta. Cuando decidiste pagar mi inscripción sin consultarme, cuando me llevabas a esos restaurantes donde una comida costaba lo que yo gastaba en todo un semestre. O cuando me regalabas ropa y zapatos de marca. Cada vez, sentía como si me abofetearas.
—Unos zapatos que comprabas sin pensarlo, una bolsa de marca… a lo mejor representaban el esfuerzo de todo un año de mi madre trabajando bajo el sol en el pueblo. Cada vez que te veía tirar el dinero, me acordaba de ella partiéndose la espalda, y tú me recordabas a cada rato que vienes de cuna de oro y yo nací para ser nadie. ¿Eso no es humillación?
Brenda abrió los ojos de par en par, mirándolo sin poder articular palabra.
De verdad se quedó en shock.
Joel clavó la mirada en ella y contestó:
—¿Y qué querías que hiciera? Si te decía que no, seguro te ponías de malas. Aunque por dentro sentía que me humillabas, me aguantaba y aceptaba tus limosnas, solo para que tú te sintieras bien. Brenda, ni te imaginas cuánto he hecho por ti todos estos años.
Brenda ya había salido del asombro y al escuchar eso, casi se le escapa la risa.
—A ver, Joel, resulta que te regalo cosas y ahora dices que tú me hacías el favor, que era tu sacrificio. ¿No será que te encanta hacerte la víctima? —le soltó, sin disimular el sarcasmo—. Te la pasabas comiendo de gorra y todavía te quejas del sazón. Te encuentras un lingote de oro tirado y hasta eso te molesta. ¿Cómo no me di cuenta antes de lo retorcido que eres?
A Joel se le descompuso la cara:
—¡Brenda, bájale! ¿Qué estás diciendo?
Brenda resopló:
—¿Y qué, me equivoco? Explícamelo, ¿cómo se te ocurre comparar una comida en restaurante con los sacrificios de tu mamá en el campo? Ni siquiera la conozco. ¿En qué momento compartir una cena contigo me hace responsable de sus problemas? Según tu lógica, cada vez que una secretaria se compra un café en la ciudad, ¿está humillando a los niños de las comunidades pobres? ¿Un doctor que se va de viaje está ofendiendo a sus pacientes? No tiene sentido que me juzgues por cómo gasto mi dinero. Usas el dolor de tu mamá para juzgar mi vida, ¿no crees que eso es absurdo?

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Doctora que Destruyó su Imperio