Joel se quedó sin palabras, completamente desarmado por la respuesta de Brenda.
Aun así, en el fondo sabía que lo que le estaba diciendo no tenía mucho sentido. Pero ni así quería ceder.
—No es eso lo que quise decir. Solo quería que entendieras que a mi mamá le costó mucho sacarme adelante...
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? ¿Acaso tu mamá la tuvo difícil por tu culpa o porque me conociste a mí? Ella te tuvo a ti, te crio a ti, y está bien que quieras ser buen hijo, pero si piensas que tu responsabilidad de hijo la tienes que repartir y que yo, siendo una extraña para ella, tengo que cargar con todo lo que tu mamá sufrió, estás muy mal de la cabeza.
—Cada quien que se haga cargo de lo suyo. Joel, desde hoy, tu mamá y tu hermana no tienen nada que ver conmigo.
—Brenda, ¿cómo puedes decir algo tan egoísta?
—Cuando no puedes aprovecharte, ni echarme la culpa, sales con que soy egoísta. Joel, ¿cómo no me había dado cuenta antes de que eras así?
La lengua de Brenda era afilada, y su mente iba siempre un paso adelante.
En la época de la escuela, nunca había perdido un debate. Para ella, discutir solo era un juego más.
La cara de Joel se tensó de rabia, tan fuerte que parecía que le iba a explotar una vena.
—¡Brenda, tú... tú sí que eres increíble!
Sabiendo que no podía ganar, Joel giró sobre sus talones y se fue.
Pero al bajar las escaleras, tropezó y cayó aparatosamente. Las llaves del carro se le salieron del bolsillo y rodaron por el suelo. Quedó hecho un desastre.
En ese momento, Brenda se apresuró a alcanzarlo.
Joel pensó que por fin ella había cambiado de idea.
Seguro que había sido por su corazón blando. La conocía: aunque era dura de palabra, al verlo caído, no iba a poder dejarlo ahí tirado.
Pero Brenda simplemente pasó de largo, sin siquiera mirarlo.
Caminó hasta el final de la escalera, se agachó, recogió las llaves del Rolls-Royce del suelo y, sin titubear, sacó su propio llavero del Chery QQ.
Le lanzó las llaves en la cara a Joel:
Brenda solo se acurrucó en el sillón y le sonrió, serena.
Diez años de relación, tres de matrimonio, y todo había terminado así, tan rápido.
Pero ni siquiera sentía el dolor que había imaginado. Más bien, sentía que le habían quitado una piedra de encima.
—Verónica, ¿puedo quedarme contigo unos días? Todavía no le he contado a mi familia lo del divorcio, mis papás están de viaje, y no quiero arruinarles el paseo. Mejor les aviso cuando regresen.
Verónica asintió:
—No tienes ni que preguntar, puedes quedarte el tiempo que quieras.
—Pero, oye, la Residencia del Amanecer es tuya desde antes de casarte, ¿por qué se la vas a dejar a ese inútil y a su familia?
Brenda negó con la cabeza, decidida:
—La Residencia del Amanecer la voy a recuperar, tenlo por seguro.

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