El rostro de Cintia empalideció, se percató de que habían vuelto a caer en la trampa de Ariadna una vez más. «Esta muchacha no es tan ingenua como creíamos».
El policía regañó a madre e hija, quienes no tuvieron más remedio que disculparse ya que no había cámaras de seguridad alrededor que registraran el hecho. También, con ese incidente, era la cuarta vez que caían presas de las trampas de Ariadna.
«De ahora en más tenemos que estar atentas».
Cuando el policía se fue, Soledad le gritó a Ariadna de inmediato:
-Deja de actuar, zorra. ¡Qué cobarde!
Ariadna se encogió de hombros.
-¿Qué? ¿Cómo esperas que confiese algo que no hice?
-Eres una zorra desvergonzada -insultó Soledad.
—Mira quién habla —resopló Ariadna.
-Tú. -Lo que dijo la había dejado sin palabras.
Si Cintia no la hubiera detenido, Soledad le habría dado un puñetazo a Ariadna. Dado que su auto había llegado, Cintia le dijo de inmediato a Soledad que se subiera y dejaron sola a Ariadna en el aeropuerto. Ella no tenía la intención de viajar con ellas de todos modos, incluso había pensado en una excusa para bajarse a mitad de camino a casa, así que esbozó media sonrisa cuando Cintia y Soledad se fueron sin ella.
Era difícil conseguir un taxi en el aeropuerto, así que no tuvo más remedio que ser paciente y esperar. Enseguida, llegó un vehículo utilitario deportivo. Ariadna se puso a la defensiva y dio unos pasos hacia atrás, pero la persona que iba sentada detrás del asiento del acompañante bajó la ventanilla; era Valentín. Justo cuando ella dudaba de saludarlo, él inició la conversación.
-¿Perdiste la memoria otra vez?
-Yo... -Ariadna se quedó sin palabras.
—Vamos, sube. —Valentín no le dio la oportunidad de rechazarlo.
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