El penthouse era un espacio vasto y silencioso.
Paredes de cristal ofrecían una vista panorámica de la ciudad, un tapiz de luces que se extendía hasta el infinito.-
La decoración era obra de Jorge. Minimalista, moderna, con predominio del negro, el gris y el cromo.
Era como vivir en la portada de una revista de arquitectura.
Una revista sin alma.
No había ni una sola foto personal. Ni de ellos, ni de sus familias. Ningún objeto que contara una historia.
Era el espacio de Jorge. Alejandra solo vivía en él.
Estaba terminando de comer una ensalada y un filete de salmón a la parrilla, sola, en la enorme mesa de comedor de mármol para doce personas.
La puerta principal se abrió.
Eran casi las once de la noche.
Jorge entró, aflojándose la corbata con un movimiento cansado. Dejó su maletín de piel junto a la puerta y se dirigió directamente a su estudio, un santuario de cristal y acero dentro del penthouse.
No dijo hola.
Alejandra dejó los cubiertos sobre el plato.
—¿Cómo te fue en la reunión?
—Bien —respondió él desde el umbral del estudio, su atención ya en una pila de documentos sobre su escritorio.
—¿Quieres que te prepare algo de cenar?
—Ya comí algo. Gracias.
Monosílabos. Siempre monosílabos después de un largo día de trabajo.
Ella suspiró, resignada.
Se levantó y empezó a recoger su plato. Era la rutina de siempre. Él se encerraría en su estudio hasta la madrugada y ella se iría a dormir sola en la enorme cama fría.
Seis años de matrimonio secreto.
Seis años de esta soledad compartida.
—Espera.
La voz de Jorge la detuvo cuando estaba a punto de entrar en la cocina.
La sonrisa de Alejandra vaciló.
—¿Entonces?
Él la miró fijamente, como si estuviera dándole una instrucción de trabajo.
—Es por Gloria. Gloria Salazar. Ha vuelto a la ciudad. Y se está quedando en el hotel.
El nombre cayó en el silencio del penthouse como una piedra en un lago helado.
Gloria.
La exnovia de la universidad. La mujer que Jorge, según los rumores, nunca había olvidado del todo.
Alejandra sintió un frío recorrerle la espalda.
—Organizamos una cena para darle la bienvenida —continuó Jorge, ajeno al torbellino que se había desatado dentro de ella—. Quiero que estés allí.
Hizo una pausa, y la siguiente frase fue la que rompió algo dentro de Alejandra.
—Asistirás como la directora de la Clínica Aurora. Es importante para las relaciones públicas del hotel que te vean.

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